02-08-2017
Por Laura García, DGDC-UNAM
Juan se levanta a las 4 de mañana para esperar, junto a su familia, el camión que los llevará a la zona de cosecha. Tiene 7 años.
María sale de su casa a las 6 de mañana para comenzar desde temprano a serpentear entre los coches que circulan por la gran ciudad, con la esperanza de que alguien se detenga y le compre uno de los dulces que vende. Tiene 9 años.
Millones de historias similares ocurren todos los días en las paradas de autobuses, los mercados, las maquiladoras, los campos agrícolas, la industria de la construcción y en aquellos espacios donde menores de edad trabajan para generar dinero.
- La UNICEF estima que en todo el mundo, hay 158 millones de niños y niñas de entre 5 y 14 años que trabajan.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), hace una distinción entre las actividades laborales que benefician a los infantes y el trabajo infantil.
Las primeras, permiten a los niños y niñas desarrollarse íntegramente, les generan experiencia, además de que no afectan su formación escolar ni atentan contra su salud. Este tipo de actividades incluye las colaboraciones en el hogar o en los negocios familiares.
El trabajo infantil, en cambio, abarca las actividades o labores que realizan niños y niñas menores de 14 años por una remuneración económica; además del trabajo no remunerado que realizan los menores para ayudar a adultos que sí reciben un salario, explica la doctora María Antonieta Barrón Pérez, profesora de la Facultad de Economía de la UNAM.
Este tipo de trabajos suele estar acompañado de violación de derechos, explotación laboral, maltrato y la exposición a situaciones que podrían dañar la integridad y la salud de los menores.
Es por eso, que en consideración de la OIT, el trabajo infantil “priva a los niños de su niñez, su potencial, su dignidad y perjudica su desarrollo físico y psicológico”.
En opinión de la doctora Barrón Pérez, el trabajo infantil es un fenómeno multifactorial consecuencia de la pobreza, el desempleo de adultos, la falta de controles educativos y el bajo nivel educativo de los padres.
Este fenómeno acarrea varias consecuencias negativas como el analfabetismo, ya que para trabajar los infantes casi siempre deben abandonar la escuela, o en peor de los escenarios, ni siquiera son matriculados en una.
Con el paso del tiempo, la falta de preparación académica reduce las oportunidades de obtener mejores empleos, manteniendo así el esquema de pobreza.
La doctora Barrón Pérez, quien ha realizado investigaciones sobre niños jornaleros, precisa que en las zonas rurales, los trabajos que realizan los infantes son más acotados, centrándose sobre todo en la agricultura intensiva, y en particular donde no hay control oficial.
En estas regiones los pequeños están expuestos a diferentes riesgos como: el uso de plaguicidas y agroquímicos, las jornadas laborales exhaustivas, las malas condiciones de trabajo; además de que sus trabajos no les garantizan un servicio médico al que puedan acudir en caso de algún accidente.
Este panorama, no es muy diferentes en las zonas urbanas, donde el trabajo infantil se encuentra diversificado entre el comercio informal, el trabajo doméstico, la industria de la construcción y otras formas de trabajo no formal.
Lo grave es que en las zonas rurales y urbanas, corren el riesgo de ser usados en actividades como la prostitución o el narcotráfico.
De acuerdo a la investigadora, en México hay zonas, como el norte del país, donde se ha reducido el trabajo infantil en el sector agrícola gracias a los controles del Ministerio de agricultura de Estados Unidos, quien prohíbe la participación de menores en las zonas de cultivos.
Además, el programa de Oportunidades, hoy Prospera, ofrece becas para que los niños no trabajen.
¿De qué manera se puede reducir esta problemática social? En palabras de la investigadora, “las posibilidades de romper este maltrato, están en la generación de empleos para los adultos y encontrando mecanismos para dar seguimiento a la educación de los niños, desde la primaria hasta la secundaria”.
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