24-04-2019
Por Isabel Pérez/Ma. Luisa Santillán, Ciencia UNAM-DGDC
Distintas culturas habitaron en México en épocas prehispánicas. De esos tiempos hoy nos quedan diversos sitios arqueológicos que podemos visitar para reconocer nuestra propia identidad y memoria histórica.
La arqueología es la disciplina que estudia las sociedades de otros tiempos a través de sus vestigios, sean restos humanos, monumentos, pinturas, pirámides, monolitos, objetos, maderas o cerámicas.
De acuerdo con la Red de Zonas Arqueológicas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), hay 191 zonas arqueológicas abiertas al público en todo el país. Éstas forman parte del patrimonio cultural de México, y los estados de Quintana Roo, Campeche y Yucatán son los que mayor número de sitios tienen.
Según la Unesco se entiende por patrimonio cultural “a la vez un producto y un proceso que suministra a las sociedades un caudal de recursos que se heredan del pasado, se recrean en el presente y se transmiten a las generaciones futuras para su beneficio”.
Los sitios arqueológicos que forman parte de nuestro patrimonio cultural son analizados y trabajados por distintos especialistas, ya sea antropólogos, arqueólogos, arquitectos, lingüistas, etnólogos, físicos, químicos, astrónomos, etcétera. De acuerdo con la especialidad de cada uno será la labor que realicen en un sitio.
Pues como dijo Eduardo Matos, investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia, “ninguna otra disciplina puede penetrar en el tiempo y confrontar a las obras del hombre y al hombre mismo como lo hace la arqueología. Es una disciplina plural y universal que lo mismo descubre el palacio del poderoso que la casa del humilde”.
En Monte Albán el arqueólogo mexicano Alfonso Caso construyó una historia de mil años mediante la excavación de casi todos los edificios que hay en el lugar. Así, vio que todos eran diferentes, que hay cosas que fueron comunes en ciertas épocas y otras son particulares por el uso que se le daba a los edificios.
“Cuando uno se encuentra en un sitio arqueológico a veces realmente no se sabe qué es lo que se está viendo, por lo tanto, es necesario tener vocación e interés para ver más que sólo piedras”, reconoce el doctor Bernardo Fahmel, especialista en arquitectura prehispánica.
“Puede que uno vea capas, las cuales a veces son pisos que marcan la diferencia entre un nivel y otro. Además, si uno logra ver las esquinas del edificio y la forma en que está acomodado en relación con una plaza o los espacios circundantes, puede inferir que es un edificio que cae en dos, tres o cuatro etapas constructivas.
Así, en cuanto a los edificios prehispánicos, los especialistas empiezan a plantearse distintas preguntas: fue construido varias veces a lo largo de mil años o es un edificio viejo que ahí se quedó y lo siguieron usando. También debe compararse con otros edificios, porque en los sitios arqueológicos siempre se encuentran semejanzas que pueden ser indicio de una planeación y de grandes proyectos urbanísticos.
Una técnica que se usó en distintas zonas arqueológicas de México fue la de la cal, la cual, apunta el doctor Fahmel, fue revolucionaria en su época. Aparentemente, esta técnica empezó a emplearse en Yucatán, donde el sustrato es calizo y probablemente pasó de ahí a Oaxaca y después a Teotihuacan.
“Que yo sepa esa tecnología no es universal; las mismas ciudades europeas eran horribles, corría el agua por las calles de tierra, con los desechos, por eso llamó tanto la atención Tenochtitlan, porque era una ciudad urbana, limpia, con toda la infraestructura necesaria para que funcionara sin que hubiera grandes epidemias como las que hubo en Europa”, comentó.
Otra técnica que se utilizó en las construcciones fueron las celdas, que constituyen un entramado de cajones, en donde cada cajón está de alguna forma vinculado con el siguiente. Es decir, es como un enjambre de un panal que se rellena y se construye por capas.
“Eso jamás se va a desmoronar ni se va a mover, como está tan sólido no se va a romper y es un descubrimiento prehispánico”, puntualiza.
Una técnica más es la que utiliza estacas que se meten en el fango y que fue usada en los edificios del centro de México construidos en zonas pantanosas. El investigador destaca que, aunque esta técnica también se empleó en Venecia, los pueblos prehispánicos que habitaban las zonas lacustres, sin tener conocimiento de lo que se hacía en Europa, la utilizaron para que sus construcciones tuvieran estabilidad y no se hundieran.
Mientras los arquitectos se concentran en las características de las construcciones, otros estudiosos de las sociedades antiguas analizan el paleoambiente.
El estudio del paleoambiente se refiere al análisis de material botánico recuperado en las excavaciones arqueológicas y al de las plantas consideradas como elementos del entorno natural, del paisaje humano, de la subsistencia, de la salud humana y del mundo simbólico desde la época prehistórica hasta la actualidad.
Emily McClung Heumann, coordinadora del Laboratorio de Paleoetnobotánica y Paleoambiente del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, señala que los integrantes de su laboratorio trabajan con restos de plantas que puedan aportar información desde la perspectiva paleoambiental y de especies útiles para los grupos prehispánicos.
“Nos referimos a plantas de uso alimenticio, medicinal, y hasta para la construcción de techos, vigas o postes de sostenimiento”.
Los restos paleobotánicos pueden dividirse en macro restos y micro restos. El término macro restos alude a aquellos que es posible observar con una lupa o microscopio de bajo aumento, como las semillas, frutos, restos de madera, de carbón, hojas y tallos, entre otros, que en ocasiones se pueden percibir a simple vista.
Los micro restos pertenecen a una categoría más amplia. En ellos está agrupado el polen, los fitolitos (partículas de sílice absorbido por las plantas a través del suelo), que al endurecerse toman la forma de las células de la planta; se extraen de los sedimentos y se observan con un microscopio.
Los restos de sílice, agrega, ofrecen información sobre las plantas que se utilizaban y también acerca de la flora que crecían alrededor del sitio estudiado. En el caso del polen, éste puede ser indicador de la flora local del lugar y, en casos particulares, tiene que ver con ofrendas.
“Aportamos también información para la reconstrucción de las condiciones paleoambientales, desde el Holoceno medio (hace 6 500 años, aproximadamente) hasta nuestros días. Y no sólo eso, las investigaciones llevadas a cabo han contribuido al reconocimiento del significado de mantener el uso plantas tradicionales y nativas de México por su gran antigüedad e íntima asociación con las culturas prehispánicas, y a través de los siglos con las culturas mesoamericanas y tradicionales actuales”.
La importancia social del cúmulo de investigaciones que se han realizado a lo largo de mucho tiempo sobre el tema radica en que hoy se sabe cómo desde la época prehispánica se cultivaban ciertas plantas, para qué se utilizaban y qué cuidados requerían, detalla Emily McClung Heumann.
Mediante el análisis de restos de plantas en contextos arqueológicos, explica la especialista, contribuimos al conocimiento de los antiguos sistemas agrícolas, de los procesos de cambio social y económico, de las plantas autóctonas y aquellas introducidas que tienen relación con el desarrollo de las tradiciones alimentarias y medicinales de México.
Otro dato importante detectado es que, con el paso de los años, los entornos en donde se han encontrado vestigios han sufrido cambios radicales. La intervención humana en estos lugares, así como el cambio climático, son los principales causantes de dichas transformaciones en los últimos dos mil años, por lo que no es posible caracterizar el entorno de un sitio con base en la información actual y traducirlo hacia el pasado, refiere.
De acuerdo con la investigadora, el análisis de todos los materiales hallados en un sitio, así como los vestigios de la flora, proporcionan información acerca de la época en que fueron utilizados y la extensión del lugar, entre otros datos. También ayudan a determinar cuáles son los lugares más adecuados para excavar.
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