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Especial México 68. Las Olimpiadas entre la agitación social

En medio de la agitación social, México se preparaba para ser la sede de los Juegos Olímpicos

26-09-2018

Por Laura García, Ciencia UNAM, DGDC

El Sol acababa de ocultarse cuando una luz cruzó el cielo. Pronto, se le unieron más y más, como si los colores de México pudieran iluminarlo todo, incluso la oscuridad de la noche. Entonces, mil mariachis entraron tocando La Negra, Guadalajara y Las golondrinas.

El domingo 27 de octubre del 1968, México decía adiós a las Olimpiadas ofreciendo su música, alegría y espíritu festivo a los miles de asistentes al Estadio Olímpico Universitario y a los millones que seguían la transmisión en vivo en todo el mundo. México tenía un mensaje para el mundo: soy un país pacífico y moderno.

¿El mundo lo creería? Cuando días atrás, el 2 de octubre, había ocurrido la matanza de manifestantes en la Plaza de Tlatelolco. El 12 de octubre arrancó el evento deportivo. Para los estudiosos de la memoria histórica, las Olimpiadas representan un capítulo de nuestro pasado que merece ser analizado a casi 50 años de distancia.


“Todo es posible en la paz”

Eran los años sesenta y el espíritu de rebeldía parecía expandirse a los jóvenes de todo el  mundo. Nadie, en ningún país, ya sea del bloque socialista o capitalista, era ajeno a la amenaza nuclear de la Guerra Fría, la carrera espacial y a las miles de promesas que las potencias hacían a su población en virtud de levantarse como los grandes triunfadores políticos e ideológicos.

Los científicos seguían en su batalla particular por llegar a la Luna y colocar su bandera allí, pero en la Tierra, todos permanecían atentos ante la era nuclear que había devastado dos ciudades de Japón en 1945 y que parecía amenazar día tras día, la vida de miles más.

Los ojos del mundo seguían de cerca los problemas del bloque soviético con la China de Mao, la rebeldía de Rumania ante la renegociación del Tratado de Varsovia, la invasión a Checoslovaquia y la guerra que Estados Unidos y sus aliados mantenían con Vietnam.

Mirando al cielo buscando conquistar lo impensable, los jóvenes escuchaban los discursos de Martin Luther King, leían a los poetas de la generación beat, se sumergían y redescubrían filósofos y artistas “olvidados”, discutían sobre la libertad, la guerra, la paz, la pobreza, la política, el amor, la discriminación, el mercantilismo y apelaban a una transformación social como respuesta a los gobiernos que no los representaban.

En medio de las tensiones internacionales, los Juegos Olímpicos de la era moderna, se habían convertido no solo en la mayor justa deportiva a nivel mundial, sino que buscaban ser el escenario protagonizado por jóvenes para promover la paz, exaltar los ánimos nacionales y donde se daban cita las visiones competitivas de los países participantes.

Apelando a su carácter pacifista, habían dejado huella al celebrarse en la Alemania nazi de 1936, y a pesar de las denuncias de clasismo y la recién incorporación de la Unión Soviética que no fue bien aceptada por todos, los organizadores buscaban mostrar al deporte como un encuentro de juventudes en pro de la paz, los valores y la convivencia.

El mundo estaba cambiando y el deporte también. Las grandes marcas deportivas peleaban por una mayor presencia como patrocinadores, las innovaciones tecnológicas impactaban en las competencias deportivas y los avances en la medicina mejoraban el desempeño de las atletas.

Además, crecía el sentir de abolir el código amateur que prohibía a los atletas recibir dinero por competir.

"A todos diles que sí"

Era el verano de 1963, cuando México, Argentina, Francia y Estados Unidos permanecían a la espera del Comité Olímpico Internacional para saber quién sería la sede de los XIX Juegos Olímpicos y se uniría al selecto grupo de ciudades sede junto a otras como Tokio, Roma, Helsinki, Londres, Berlín o Estocolmo.

La diplomacia mostrada en medio de los conflictos internacionales y el crecimiento económico de los últimos años, terminó por inclinar la balanza a favor de México, pero ¿cómo un país en vías de desarrollo podría hacer frente a los retos infraestructurales, económicos y sociales que implica la justa internacional del deporte más importante a nivel mundial?

Nadie parecía tenerlo claro más que México: deseaba dejar una huella imborrable a nivel mundial.

El mensaje de los organizadores mexicanos, al ser la primera sede olímpica en América Latina, era mostrarse como un país moderno.

México lo sabía, la organización de unos Juegos Olímpicos era una oportunidad de poder tener una buena derrama económica, quitar los estigmas que había sobre el país y mostrarse frente a los ojos del mundo como una país que avanzaba económica, social y culturalmente.

Trabajando contra reloj, en 1966, la Ciudad de México se preparó para acoger a los atletas de más de cien países usando como sedes instalaciones deportivas ya existentes como el Estadio Olímpico Universitario, acondicionando otras, como el Auditorio Nacional y construyendo algunas como el Palacio de los Deportes y la Alberca Olímpica “Juan de la Barrera”.

A la par y buscando rescatar la idea de las olimpiadas helénicas, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, encargado de la organización del evento, celebró una Olimpiada artística y cultural donde los países podían mostrar una cara ajena al deporte.

Además, acciones como asignar a la deportista Enriqueta Basilio, como la primera mujer en la historia de las Olimpiadas en encender el fuego olímpico, buscaban reforzar el mensaje.

“Todo es posible en la paz”

¿Cuál paz? Parecían preguntarse los jóvenes estudiantes mexicanos, los obreros, los profesionistas que comenzaban a manifestarse contra la situación del país y el gobierno, quienes soñaban, como muchos más en el mundo, en convertirse en promotores de la conciencia social, rechazar la guerra y cambiar un sistema que no los representaba, pero sí los oprimía.

10 días antes de empezar los Juegos Olímpicos en la Ciudad de México, el 2 de octubre, la oscuridad cayó en Tlatelolco y nada en México volvió a ser igual.

A 50 años, recordamos que México ganó tres medallas de oro, tres de plata y tres de bronce, el mayor número conseguido hasta la fecha en unas Olimpiadas.

A 50 años, pertenecen al Olimpo los nombres de Ricardo Delgado Nogales, Antonio Roldán     , Felipe Muñoz, José Pedraza Zúñiga, María del Pilar Roldán, Álvaro Gaxiola, Agustín Zaragoza, Joaquín Rocha       y María Teresa Ramírez.

A 50 años, muchos recuerdan a John Carlos y Tommie Smith en el podio, descalzos, levantando sus puños en apoyo al “black power”.


  • Con información del coloquio México Olímpico. Reflexiones históricas a 50 años de la XIX Olimpiada de Verano, realizado en el Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, el 22 de agosto de 2018.


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