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Malos olores, una contaminación invisible

Ocasiona distintos malestares como dolor de cabeza, irritación de ojos, náuseas y vómito.

01-07-2021

Por María Luisa Santillán. Ciencia UNAM-DGDC

El sentido del olfato es uno de los detectores de supervivencia del ser humano. A través de él podemos detectar el ambiente que nos rodea. Aromas agradables y unos que no lo son tanto llegan a nuestra nariz en forma de gases y partículas odoríferas, que se trasladan a nuestro cerebro y nos permiten reconocer nuestro entorno.

Así identificamos olores que pueden ser agradables, como ese perfume que tanto nos gusta, alguna comida en particular o el de la tierra mojada cuando llueve. Pero también esos aromas pueden alertarnos de que algo en el entorno no está bien. Por ejemplo, el aroma a podrido de un alimento echado a perder, que podría causarnos una infección estomacal si lo ingerimos.

En las ciudades, por ejemplo, puede ser común la presencia de olores que son desagradables y molestos, como el de los drenajes, los ríos contaminados, los basureros o las fábricas. De esta manera, la contaminación por malos olores está asociada a las urbes en donde hay desarrollos industriales, grandes cantidades de población y, por ende, también alta producción de desechos.

El doctor Armando González Sánchez, del Instituto de Ingeniería de la UNAM, explica que un mal olor se genera porque distintas sustancias, al entrar en contacto unas con otras, son descompuestas por microbios de la materia orgánica que está contenida en agua o sólidos residuales. De esta interacción se desprenden compuestos gaseosos malolientes que, cuando nuestro sentido del olfato los detecta, nos manda una señal de “hay algo en nuestro entorno que no es sano y podría suponer un peligro”.

Malestares y fuentes de emisión

La contaminación por malos olores genera diversos malestares a la salud en las personas que están expuestas a ella. Entre los más comunes, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, se encuentran dolores de cabeza, insomnio, náuseas, vómito, problemas respiratorios y estado de ánimo negativo, entre otros.

  • Nuestro sistema del olfato se satura cuando estamos expuestos durante mucho tiempo a un mal olor y terminamos acostumbrándonos a éste.

Cuando esto sucede, se pueden generar problemáticas de salud más graves, como irritación en nariz, ojos y garganta hasta llegar a la intoxicación.

Algunas industrias, por el tipo de producto que generan, ocasionan malos olores. Por ejemplo, las que procesan jabones, las que tratan aguas residuales, las que llevan a cabo un trabajo de vulcanización o las cementeras, entre otras. El doctor González Sánchez explica que, aunque se ha buscado instalar estas empresas lejos de las comunidades, como se ha visto en la Ciudad de México, el crecimiento urbano las absorbe. Esto lo hemos visto incluso con los basureros que quedan atrapados en medio de las ciudades.

Otros puntos de emisión de malos olores son los conductos que llevan el agua residual hasta las plantas de tratamiento. En ellos se localizan las llamadas lumbreras, que no son otra cosa que desniveles muy grandes de facilitan la caída del agua a fin de que ésta vaya moviéndose hasta llegar al drenaje profundo.

“En esos desniveles de caída de agua se genera una emisión de olor terrible. Uno de ellos es, por ejemplo, el que está debajo de la Alameda Central, pero hay muchos lugares en la ciudad que están así y se pueden identificar porque se percibe un fuerte olor a desagüe, el cual se debe a la degradación anaerobia del agua residual durante su traslado a la planta y al momento de pasar por el desnivel se promueve la liberación de gases indeseables que percibimos como el mal olor” explica el investigador.

Cuantificar el olor

Existen países que sí cuentan con una normatividad que regula la emisión de malos olores como Australia, Canadá, Japón, España, Chile y Colombia. En México, la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente establece que regular la contaminación por malos olores es competencia de la federación.

Además, la Secretaría de Salud es la responsable de realizar los análisis, estudios, investigaciones y vigilancia necesarias con el objeto de localizar el origen o procedencia, naturaleza, grado, magnitud y frecuencia de las emisiones para determinar cuándo se producen daños a la salud.

Sin embargo, hasta la fecha en México no existe una norma establecida para poder regular la emisión de malos olores, la cual establezca regulaciones técnicas para medir y contar con una metodología de evaluación de éstos.

Uno de los aspectos principales por los que resulta difícil normar esta problemática ambiental ha sido la medición del olor. Al respecto, el doctor González Sánchez explica que algunas personas son muy sensibles a los olores y pueden detectar cualquiera, pero otras no, pues tienen deteriorado el sentido del olfato y no huelen nada.

Como el olor es muy subjetivo, para medirlo existe un sistema estandarizado a nivel internacional que se llama unidades de olor, las cuales se calculan basadas en pruebas de percepción. Para el establecimiento de éstas, participan muchas personas de diferente edad y sexo, quienes huelen una mezcla gaseosa en diferentes proporciones y aleatoriamente, entonces aprietan un botón conforme la van oliendo.

Luego se analizan las respuestas estadísticamente y se establecen cuántas unidades de olor puede haber en las emisiones de una industria o un desagüe, por ejemplo. También existen las narices electrónicas, que son equipos calibrados con gases que producen mal olor (por ejemplo, el sulfuro de hidrógeno H2S) y que son capaces de identificarlos y cuantificarlos.

Tecnología para eliminarlos


Una de las alternativas que se han utilizado desde el Instituto de Ingeniería de la UNAM para combatir los malos olores son los biofiltros, los cuales han sido usados en plantas de tratamiento de aguas residuales y de compostaje.

Para utilizarlos primero se tiene que identificar qué concentración de olor hay en el sitio muestreado, es decir, cuál es la proporción de gases malolientes en el aire, así como la velocidad de la mezcla gaseosa con la que sale.

El equipo de trabajo del doctor Armando González trabaja específicamente con el sulfuro de hidrógeno (H2S), el cual es uno de los muchos gases que salen de la putrefacción de la materia orgánica, sin embargo, destaca sobre otros porque es el que más rápido reacciona y puede detectarse. Por ejemplo, es lo que detectamos como olor a huevo podrido cuando olemos un desagüe.

Una vez identificada la fuente de emisión se tiene que capturar el olor, y conducirlo a través de una tubería hasta el biofiltro, que es un recipiente cilíndrico empacado con un material colonizado por microorganismos inofensivos, donde el aire maloliente ya capturado pasa desde abajo hacia arriba y sale purificado. En este tránsito, el olor se elimina por su transformación biológica en un compuesto que ya no es oloroso.

El investigador destaca que, en el caso de la eliminación biotecnológica de olores, una vez que se conoce la concentración y la velocidad con la que se emite el olor se puede decidir el tamaño del biofiltro. La idea de usar microorganismos en el biofiltro permite al sistema biotecnológico funcionar bajo condiciones medioambientales, puede regenerarse de tal forma que puede durar operando correctamente por mucho tiempo.

Otras técnicas para eliminar los malos olores serían la utilización de carbón activado, el cual se ha visto que limpia el ambiente de éstos. El inconveniente que se conoce es que después de un tiempo se gasta, ya no hay forma de regenerarlo y se vuelve un desecho.

También se utilizan materiales derivados de la zeolita, que es un material natural que absorbe malos olores o los conocidos como enmascaradores, que no quitan dichos olores, sino que sólo los tapan. Estos últimos se utilizan mucho en las industrias que al producir un mal olor agregan una sustancia que lo enmascara, por lo tanto, sigue estando contaminada la atmósfera.

Para información adicional contactar al doctor Armando González Sánchez: agonzalezs@iingen.unam.mx


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