24-06-2019
Por Guillermo Cárdenas Guzmán, Ciencia UNAM-DGDC
En el transcurso de su vida, una de cada cuatro personas sufrirá algún trastorno mental o neurológico, según estimaciones de la Organización Mundial de Salud (OMS).
A la fecha, alrededor de 450 millones de habitantes del planeta presentan alguna de estas condiciones
Esta situación coloca a dichos trastornos entre las causas más relevantes de disfuncionalidad y discapacidad. Sin embargo, debido a la falta de información, prejuicios, discriminación y los estigmas que pesan sobre ellos, dos terceras partes de los afectados no reciben tratamiento, según la OMS.
El panorama resulta aún más complejo en naciones que, como México, han enfrentado no sólo desastres por causas naturales, sino problemas sociales como violencia generalizada, marginación, corrupción, pobreza, migraciones masivas y delincuencia, que influyen en el aumento de los trastornos mentales.
Otro factor que complica el diagnóstico y atención de estos padecimientos, con frecuencia asociados con historias cinematográficas de terror, es el costo de los tratamientos, ya que cuando se utilizan fármacos éste puede alcanzar más de 12 mil pesos, lo cual los hace inaccesibles para las personas con escasos recursos y sin seguridad social.
Estos trastornos forman un abanico que va desde episodios de estrés y ansiedad que afectan la calidad de vida, hasta problemas como adicciones, esquizofrenia, bipolaridad o depresión severa que pueden resultar altamente discapacitantes o provocar indirectamente la muerte. Por eso es importante que las personas afectadas reciban atención profesional.
Según los datos de la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica 2003, los trastornos mentales más frecuentes en México son los de ansiedad (14.2% de los encuestados dijo haberlos sufrido al menos una vez en su vida), seguidos por los de uso de sustancias (9.2%) y de tipo afectivo (9.1%).
En la clasificación de trastornos individuales, las fobias específicas fueron las más comunes en la citada encuesta (7.1% las sufrió alguna vez en la vida), seguidas por los trastornos de conducta (6.1%), la dependencia al alcohol (5.9%), la fobia social (4.7%) y el episodio depresivo mayor (3.3%).
El médico psiquiatra Juan Pablo De la Fuente Stevens, de la Facultad de Medicina de la UNAM, comenta que los trastornos depresivos son los que causan más alteraciones en la funcionalidad en diferentes áreas de la vida del paciente, pues interfieren en su vida familiar, laboral, académica, interpersonal o en su relación de pareja.
Para determinar la gravedad de estas alteraciones, sea leve, moderada o severa, los médicos observan los criterios definidos en la más reciente edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales de la Asociación Estadunidense de Psiquiatría, mejor conocido como el DSM-V.
Sólo los casos graves de trastorno depresivo mayor, cuando la persona presenta intenciones suicidas o ideación delirante -ideas fuera de la realidad, como pensar que su cerebro no funciona bien o que su existencia no tiene sentido- ameritan hospitalización, explica el académico del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la FM.
En tal sentido, De la Fuente rechaza la idea popular -basada en la ficción del cine hollywoodense- de que padecer un trastorno mental signifique confinamiento en un lúgubre hospital psiquiátrico. Al contrario, dice el especialista, siguiendo las recomendaciones de la OMS, los psiquiatras ahora procuran un enfoque comunitario al abordar problemas de salud mental.
Una de las críticas usuales que enfrentan los psiquiatras, sobre todo desde algunas corrientes de la psicología, es la de tener un enfoque reduccionista de abordar sólo la parte biológica del paciente y tratar de resolver trastornos con la sola prescripción de fármacos, que es competencia exclusiva de los médicos.
Cabe mencionar que por su formación como profesionales de la salud, enfocados a la conducta y las emociones, los psicólogos no pueden recetar medicamentos.
Ante ello, De la Fuente Stevens responde que también se trata de un error de percepción, ya que en su formación primero como médicos y después como psiquiatras tienen presente el modelo biológico y las terapias con fármacos (que modifican el funcionamiento del sistema nervioso del paciente), pero no se limitan a ellos.
“Consideramos a la persona como un ente biopsicosocial. Lo biológico es sólo una parte de lo que tenemos que abordar”, afirma el especialista de la Clínica de Atención Integral para las Adicciones de la FM, inaugurada en 2018.
Incluso, De la Fuente reconoce que en muchas ocasiones el psiquiatra debe ser también un terapeuta, pues no sólo se limita a “dar chochos”, sino que escucha y atiende las emociones y el contexto social del enfermo.
Con esta perspectiva, dice el especialista, si un paciente muestra síntomas de ansiedad que no afecten su funcionamiento ni ponen en riesgo su vida, lo indicado es una psicoterapia. En caso contrario o cuando los síntomas persisten más de dos semanas, lo ideal es un tratamiento farmacológico para remitirlos.
“Lo ideal sería que ambos enfoques vayan de la mano: que la psicoterapia esté presente en casi todos los casos y el tratamiento farmacológico sólo en los que la gravedad del trastorno mental lo amerite”, resume De la Fuente.
Juana Olvera Méndez, académica de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la UNAM, coincide con este argumento al señalar que cada profesional, sea psiquiatra o psicólogo, debe reconocer los límites de su especialidad y evitar las visiones reduccionistas para trabajar en el objetivo común de procurar bienestar la paciente.
“Un paciente con psicosis no puede tratarse sólo con una psicoterapia, de la misma forma en que tampoco es aconsejable que el médico prescriba fármacos para tratar episodios de tristeza que no llegan a ser depresión”, precisa la psicóloga de la Clínica Universitaria de Salud Integral de la FESI.
Juana Olvera agrega que los fármacos -como los antidepresivos- tienen efectos inconfundibles en la conducta, pero si sólo se le dan pastillas al paciente y él no hace cambios de conducta, el tratamiento posiblemente no tendrá un éxito al cien por ciento en todos los casos. “Por eso es importante el enfoque bio-psico-social”.
El mayor problema con este tipo de trastornos, precisa la académica, es que se identifican de manera tardía en más del 90% de los casos, además de que no existe prevención, la cual se dificulta porque hay múltiples factores (ambientales, familiares, biológicos) que llevan a una persona a desarrollarlos.
“A diferencia de lo que ocurre con los trastornos físicos como los crónico-degenerativos -para los cuales se conocen bien las medidas de prevención como ejercicio físico, dieta adecuada y hábitos saludables- en el caso de los trastornos mentales no existen ejes muy claros de prevención”, reconoce Olvera Méndez.
Pero en todo caso y más allá de los enfoques, concluye la profesora de la FESI, el bienestar del paciente debe ser el objetivo principal. “Si el psiquiatra puede recetarle los medicamentos para que esté mejor y yo puedo contribuir con el cambio conductual, es lo ideal. Siempre es un trabajo complementario”.
Hasta 2016 se registraban 4393 psiquiatras en México para una población total de casi 120 millones de personas. Esto significa una tasa de 3.68 médicos con esa formación por cada 100 mil habitantes. La cifra está lejos de la que hay en países con altos ingresos, de entre 6 y 7 psiquiatras por cada 100 mil habitantes; aunado a ello, la distribución de estos especialistas no es homogénea, ya que el 60% de ellos se concentra en los estados de Nuevo León, Jalisco y la Ciudad de México.
Fuente: Los especialistas en psiquiatría en México
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