26-03-2014
Por Naix’ieli Castillo García, DGDC-UNAM
La disponibilidad en Internet de la literatura científica para toda la humanidad es una demanda legítima de las sociedades actuales, con mayor razón si las investigaciones, cuyos resultados son publicados, se llevaron a cabo con fondos públicos.
Acceso abierto significa el acceso inmediato, sin requerimientos de registro, suscripción o pago principalmente a artículos de investigación científica de revistas especializadas y arbitradas mediante el sistema de revisión por pares (en inglés, peer review). En este esquema, cualquier usuario puede buscar, leer, distribuir, imprimir, descargar o usar textos completos de los artículos científicos.
Sin embargo, el acceso abierto plantea algunos problemas a los que la comunidad científica mundial no se había enfrentado antes. Con la finalidad de arrojar un poco de luz sobre el problema y proponer un mayor debate al respecto, José Franco, titular de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, dio una conferencia titulada Revistas Científicas y Acceso Abierto.
En el Auditorio del Instituto de Química de la UNAM, dijo que varios grupos de la comunidad científica, preocupados por los altos costos de publicación y de suscripción a las revistas científicas arbitradas, pusieron sobre la mesa el tema del acceso abierto.
En opinión del también presidente de la Academia Mexicana de Ciencias, si hay fondos públicos para financiar la ciencia y resultados generados con estos recursos invertidos en estudios, esos resultados deberían ser propiedad, en principio, no del grupo que hizo la investigación, sino de toda la comunidad que la financió con sus impuestos.
En el sistema de publicaciones que en los últimos 200 años se ha utilizado en el mundo de la ciencia, las revistas científicas venden sus versiones electrónicas o en papel a individuos y a bibliotecas a unos precios muy elevados. Los artículos se someten a un proceso de arbitraje muy riguroso y extricto que requiere una serie de pasos meticulosos. Otros temas que influyen en los costos, como el gasto de oficinas y la publicación.
El acceso abierto es diferente y por lo mismo plantea nuevos y desafiantes retos. A diferencia de las editoriales asociadas a universidades, cuya finalidad última es impulsar y dar a conocer la ciencia y el conocimiento, en el siglo XX hubo compañías que vislumbraron un negocio en generar revistas científicas que pudieran tener impacto a nivel global.
José Franco comentó que la calidad de muchos de estos “journals” que se enfocan en hacer negocios es muy cuestionable y lo mismo sucede con muchas de las revistas de acceso abierto, que en lugar de cobrar por el acceso a los usuarios cobran a los autores para publicar sus resultados, pero sin someterlos a un proceso de arbitraje estricto.
Como a la par que estas editoriales de escasa ética que solo tienen el objetivo de producir ganancias, hay iniciativas legítimas y serias. Uno de los principales problemas que plantea la iniciativa de acceso abierto es distinguir entre ellas.
Un esfuerzo en ese sentido lo llevó a cabo Jeffrey Beale, bibliotecario de la Universidad de Colorado en Denver, quien publicó en Internet una lista negra de publicaciones calificadas como depredadoras.
En el mismo sentido, recientemente se publicó en la revista Science un artículo que reporta un experimento en el que el autor envío a 304 revistas de acceso abierto un artículo que supuestamente reporta la actividad anticancerígena de un químico extraído de un liquen.
El artículo era inventado y presentaba fallas e inconsistencias que, incluso, un estudiante de bachillerato hubiera detectado. Los nombres del autor eran inventados al azar por una computadora, lo mismo pasaba con los compuestos reportados, la especie de liquen de la cual provenían y hasta los institutos y clínicas donde se llevaron a cabo los estudios, y sin embargo, fue aceptado por más de la mitad de las revistas de acceso abierto, las cuales simplemente pedían al supuesto autor que depositara cierta cantidad en una cuenta bancaria.
El astrónomo dijo según algos estudios, el negocio de las casas editoriales depredadoras asciende a 5 mil millones de dólares al año.
Para formarse una opinión más informada sobre el tema del acceso abierto, agregó, también hay que considerar que al ver el mapa de accesibilidad a la red en el mundo, queda de manifiesto que hay zonas muy marginadas, como los países africanos y una buena cantidad de países latinoamericanos y asiáticos. En este contexto, aseguró, el acceso abierto privilegia de entrada a los países más desarrollados y no beneficia por igual a los países en vías de desarrollo.
En México, recordó, ya hay una ley de acceso abierto que recientemente se aprobó en el Senado de la República y se encuentra en la Cámara de Diputados para su revisión y aprobación. En palabras del astrónomo, es una buena ley porque no es coercitiva y permite a los investigadores proteger la propiedad intelectual y garantizar sus patentes, además de que les deja la libertad y privilegio de publicar donde ellos consideren conveniente.
José Franco no quiso aventurar conclusiones sobre el tema. Sugirió mantener la discusión y recomendó tener cuidado con los artículos que están siendo publicados porque podrían provenir de revistas que no cuentan con un arbitraje adecuado, pero aparentan sí tenerlo.
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