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Contaminación atmosférica, riesgo persistente

En temporada calurosa, las condiciones del aire suelen ser más dañinas para la salud.

15-05-2019

Por Guillermo Cárdenas Guzmán, Ciencia UNAM, DGDC

La contaminación del aire en interiores y exteriores constituye la mayor amenaza para la salud comunitaria en el mundo. Según estimaciones de la Organización Mundial de Salud (OMS), cada año fallecen unos 7 millones de personas por enfermedades relacionadas con dicho problema.

Según la OMS, tan sólo la contaminación atmosférica (extramuros) en zonas urbanas y rurales ocasiona alrededor de 3.7 millones de muertes en el mundo. La mayor parte de ellas (80%) ocurren por dos trastornos cardiovasculares: cardiopatía isquémica y accidente vascular cerebral.

A estos males directamente asociados con la polución se suman otros como infecciones respiratorias, neumopatías obstructivas crónicas y cáncer de pulmón. En temporada calurosa, las condiciones atmosféricas suelen ser más críticas, lo que aumenta la preocupación, como sucede en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.

Numerosas observaciones han corroborado la estrecha relación existente entre altas temperaturas (por encima de 25°C), baja humedad atmosférica, escasez de vientos y altas concentraciones de ozono, gas que se genera por la interacción de otros contaminantes (óxidos de nitrógeno y monóxido de carbono) con la luz solar.

El nivel de riesgo es aún mayor con la presencia de las llamadas partículas menores a 10 y 2.5 micras (PM10 y PM 2.5) en el aire, según refiere un informe del Instituto Nacional de Salud Pública.

  • Sin regulación Las normas ambientales para monitoreo y control de contaminantes en México no contemplan otras sustancias muy peligrosas para la salud, como los compuestos volátiles aromáticos benceno, xileno y tolueno.

José Agustín García Reynoso, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la UNAM, coincide en que las mencionadas partículas en suspensión son las que constituyen un mayor riesgo a la salud comunitaria.

“Un aumento de 10 microgramos por metro cúbico de partículas incrementa la tasa de mortalidad general (de la población expuesta) en 1%, mientras que el ozono aumenta esta tasa sólo en 0.8%”, señala el académico del Departamento de Ciencias Ambientales del CCA.

Por esta razón, el ozono, las partículas suspendidas y otros contaminantes criterio están regulados en las normas ambientales y de salud y son monitoreados de manera permanente en México a través de distintas redes. Estos reportes se concentran en el Sistema Nacional de Información de la Calidad del Aire.

Sin embargo, advierte García Reynoso, es necesario monitorear muchas otras sustancias dispersas en el aire de las ciudades que pueden tener efectos agudos o crónicos sobre la salud humana, pero que hasta la fecha no están contempladas en la legislación mexicana.

Entre estas sustancias hay compuestos aromáticos como benceno, tolueno, xileno y formaldehído, que pueden provocar desde mutaciones o malformaciones congénitas hasta cáncer. Estas son generadas por combustión incompleta de combustibles fósiles, evaporación de éstos, fabricación de pinturas y uso de solventes, entre otros procesos.

“En Estados Unidos se tienen clasificados alrededor de 187 compuestos tóxicos atmosféricos de este tipo, mientras en México no se consideran por lo menos para concentraciones ambientales (en exteriores)”, advierte el especialista en modelación de calidad del aire.

Polvo en el viento

En el país tampoco existen normas oficiales que regulen la presencia de polvo en el ambiente, a pesar de que este contiene varias clases de partículas suspendidas que son fácilmente inhalables y nocivas, pues albergan diversos metales pesados como plomo, cromo, cobre, níquel, vanadio y zinc.

Así lo señala un estudio donde participaron dos investigadores de la UNAM con sede en Morelia, Michoacán: Carmen Delgado, del Instituto de Geofísica, así como Francisco Bautista, del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental.

Los científicos universitarios y sus colaboradores tomaron 89 muestras de polvo urbano en diversas regiones de la Ciudad de México y su Zona Metropolitana, las secaron y molieron y al final les hicieron análisis químicos mediante la técnica de fluorescencia de rayos X para determinar sus concentraciones de metales.

El polvo urbano está constituido en su mayor parte por partículas procedentes de actividades humanas como la industria y el transporte -y en menor medida por la erosión de suelos- que son emitidas a la atmósfera y luego se depositan sobre pisos, techos, calles y vegetación.

Como no existe legislación que regule estos polvos dispersos (ni en México ni en el mundo), los investigadores tomaron como referentes para establecer los valores umbrales los niveles máximos permitidos para remediación de suelos contaminados en otras normas (la NOM mexicana: http://www.profepa.gob.mx/innovaportal/file/1392/1/nom-147-semarnat_ssa1-2004.pdf) así como otras de Canadá y EU.


Tras analizar las muestras de polvo y visualizar los resultados a través de mapas, los científicos encontraron que al considerar un límite máximo permitido de 64 mg por kilogramo para el caso del cromo, existe una elevada probabilidad (89%) de que las concentraciones de este metal superen a las permitidas por las normas en la capital del país y la mayoría de las áreas conurbadas.

Asimismo, al utilizar como referente un límite máximo de 140 miligramos por kilogramo para el caso del plomo, los expertos encontraron una probabilidad mayor al 17% de que la superficie del suelo rebase los niveles máximos permitidos en las alcaldías ubicadas al centro de la ciudad y en el noroeste de la zona conurbada.

Igualmente, descubrieron que en general, las alcaldías con una mayor proporción de metales pesados fueron Cuauhtémoc, Venustiano Carranza y Gustavo A. Madero, donde recomiendan medidas de urgencia para atenuar este problema.

Aunque otros estudios científicos han abordado la contaminación por metales pesados en la capital del país, ninguno se había centrado específicamente en los contenidos en el polvo urbano.

A partir de estos resultados, los investigadores plantean que, por sus características geológicas, de relieve y por la dirección de los vientos, es “altamente probable que la mayor parte de la Ciudad de México esté contaminada con metales pesados contenidos en el polvo urbano”.

Por ello, señalan los autores del artículo, es necesario hacer “estudios espacialmente explícitos para determinar cuáles son las zonas más contaminadas (por este polvo) en la Ciudad de México”, así como la atención prioritaria de las autoridades ambientales a este fenómeno”.


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