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Especial 19S: Creencias y registro de sismos en el México prehispánico

Fenómenos naturales que auguraban tragedias para nuestros antepasados.

18-09-2018

Por María Luisa Santillán, Ciencia UNAM, DGDC

Además de la experiencia propia, hoy existen muchas formas de enterarnos que se ha producido un sismo, y nuestra forma de vivirlo depende de los datos e información casi instantánea que tenemos respecto a éste. Pero antes de todo este avance tecnológico, cómo los veían los mexicas, los mayas y otras culturas precolombinas y a qué los atribuían.

Es sabido que estas culturas atribuían a los fenómenos naturales, como los eclipses y los sismos, características desastrosas; incluso la relación que había entre sus observaciones astronómicas, el calendario adivinatorio de 260 días y su vida diaria era lo que regía muchas veces la forma en cómo debían trabajar, relacionarse, etcétera.

Por ejemplo, los mexicas estaban seguros de que el mundo actual se iba a acabar por sismos. Pensaban que el mundo había sido destruido y creado varias veces y que estábamos en la quinta creación, explicó el doctor Erik Velásquez García, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Sin embargo, también asociaban este fin del mundo a los eclipses, por lo que cuando podían pronosticar que uno se acercaba, rompían sus vasijas, ollas o cántaros, artículos que pensaban que al usarlos diario los sometían a tortura. Y si llegaba un eclipse y triunfaba la oscuridad, las almas de éstos se rebelarían contra las personas que les hicieron daño, inclusive creían que bajarían seres espantosos del cielo, que se los tragarían y habría grandes terremotos.

De esta manera, para los nahuas del centro de México, el mundo acabaría cuando el quinto sol, también conocido como nahui ollin (cuatro movimiento), desapareciera por un terremoto.

El doctor Cinna Lomnitz, en su libro El próximo sismo en la ciudad de México, destaca que “temblor en náhuatl se dice tlalollin, es decir, movimiento de la tierra. Por ejemplo, cuando Venus se ponía en el horizonte y luego reaparecía en el oriente a la mañana siguiente, explicaban que tuvo que caminar bajo tierra en plena oscuridad, y a veces se tropezaba: eso era un temblor.

Los temblores eran muy fuertes cuando el Sol se tropezaba. Y cuando ocurría de día, bueno, hay astros (incluso la Luna) que se ponen en la mañana y reaparecen en el oriente al atardecer. Era una teoría tan buena como cualquiera otra y tenía su lógica”.


La época maya

Hablando del mundo maya, el doctor Velásquez García explica que el área en donde tiembla constantemente es en el altiplano guatemalteco y en las tierras altas de Chiapas. Sin embargo, casi no existen textos jeroglíficos mayas de esas regiones, porque en donde escribían es en las tierras bajas (Petén, nororiente de Chiapas, Tabasco, Belice, Península de Yucatán), lugares donde tiembla muy rara vez.

“Sólo hay un registro claro en un tablero del templo XVIII en Palenque, Chiapas. Es un edificio que se desplomó, es decir, se cayó la bóveda, la cual está conformada por un tablero de jeroglifos en estuco que al caerse todo el techo se desarticularon las piezas y únicamente está armado de forma parcial. Ahí hay una expresión que es yu-ku-la-ja KAB', que quiere decir la tierra se sacudió, se movió, y yuhkab quiere decir movimiento de la tierra, pero lamentablemente no sabemos cuándo fue, porque todo se desarticuló”.

Esta expresión en el templo XVIII fue descubierta en la bóveda de Palenque por David S. Stuart, en 2001, quien propuso que pudiera tratarse de un terremoto en el periodo clásico maya, el único registro que se tiene hasta el momento sobre un evento natural en esta zona.

Siglos más tarde, hacia el siglo XV, la página 60 del Códice de Dresde (Velásquez García, Arqueología Mexicana, número especial 67, 2016) contiene el augurio para una fecha mortífera y aciaga, que cayó dentro del k’atuun 11 Ajaw.

El texto jeroglífico dice: “en 5 Manik’ 10 Yáaxk’iin, en presencia del k’atuun, hay mortandad, terremotos en las ciudades; es el verano de B’olon Ookte’, señor de Su’, señor del fuego de Su’, personas heridas, tierra lacerada’. B’olon Ookte’ eran un dios de la guerra, y el hecho de que el texto afirme que se trata de “su verano”, sugiere apogeo de muerte y de desgracias.

Los jeroglifos que aluden a un sismo en la ciudades reciben la lectura de yuhku’l kab’ ch’e’n. Cabe destacar que se trata de la misma raíz: yuhk, “mover, sacudir” o “hacer temblar”. En la época colonial, el pronóstico para este mismo k’atuun 11 Ajaw dice: “luchas, lluvias, escasas, mucha culpa y luto en el cielo”.

  • En el libro del Popol Vuh se narra el mito sobre los hermanos llamados Zipacná y Cabracán, seres soberbios que vivieron antes de la creación y que fueron derrotados por los hermanos Junajpu e Ixb’alamke. Cabracán significa “el que hace temblar las ciudades” y vivía debajo de las montañas, y se dice que cuando se movía, temblaba.

Registro histórico

En la actualidad, existe tecnología que registra la actividad sísmica. Saber aspectos como magnitud, intensidad y procedencia de un sismo, hoy sólo toma algunos minutos. Sin embargo, este registro sólo fue posible hacerlo a partir del surgimiento de la ciencia de la sismología, a finales del siglo XIX, y a partir de ese momento, gracias a los sismógrafos, es posible recopilar datos.

Antes de la creación de los sismógrafos, la forma de registrar los sismos era a través de narraciones, libros, periódicos de la época o códices.

Al respecto, el doctor Gerardo Suárez Reynoso, en el libro Los sismos en la historia de México, explica: “las descripciones de los efectos causados por grandes temblores del pasado nos ofrecen una visión de cómo las sociedades antiguas se enfrentaban a estos inesperados y terroríficos eventos frecuentemente considerados como flagelos de la ira divina”.

Así, en esta obra es posible leer sobre un terremoto ocurrido en 1455 por el cual “la tierra se agrietó y las chinampas se derrumbaron”. Este dato fue extraído de los Anales de Tlatelolco.

También, a través de los códices Telleriano Remensis, Mexicanus y Aubin se conoce de historias que incluyen el sentir de la gente, por ejemplo, que pensaban que el mundo terminaría por un temblor. Estos documentos narran sobre sismos que derrumbaron casas, cerros; incluso en uno de los textos, se lee que en el año 1487 “hubo un gran temblor de tierra, murió Chimalpopoca, rey de Tlacopan”.

Por su parte, la doctora Virginia García Acosta, coautora de esta obra, concluye: “La enorme variedad de documentos que dan cuenta dónde tembló, relatan las actitudes y reacciones de la sociedad que los experimentó; revelan sus conocimientos y creencias, así como las diversas formas que, derivadas del momento específico, adoptó para enfrentarlos, conocerlos y explicarlos”.

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