31-08-2018
Por María Luisa Santillán, Ciencia UNAM, DGDC
Durante 43 años una polémica relacionada con su autenticidad rodeó al Códice Maya de México, anteriormente conocido como Códice Grolier. Sin embargo, de forma reciente y gracias a múltiples técnicas científicas, ha sido declarado genuino, lo cual lo convierte en el libro prehispánico más antiguo del continente americano que podemos abrir y admirar por dentro.
La fecha registrada del códice posiblemente equivale al 4, 6 o 7 de diciembre de 1129 de nuestra Era. De acuerdo con estudios de radiocarbono, los árboles de donde obtuvieron las fibras para elaborar el papel de ese códice, fallecieron entre 1021 y 1154 d.C.
Varias son las razones que hacen de este códice maya algo tan importante para la historia de nuestro país. La primera es que es el único que está en México; pues los otros tres que se conocen (códices de Dresde, de Madrid y de París) se encuentran en Europa.
La segunda razón es que es el más antiguo de los cuatro. Asimismo, es único por su técnica. Si bien está hecho sobre papel de amate, al igual que los otros tres, éste no está recubierto de estuco (carbonato de calcio), sino de yeso (sulfato de calcio), como los códices que se hacían en el centro de México.
Una razón más es que es el único códice maya encontrado en el siglo XX, ya que el de Dresde fue documentado a partir del siglo XVIII, y los de Madrid y de París se conocieron a partir del siglo XIX.
El Códice Maya de México se obtuvo debido a la actividad ilícita de saqueadores, quienes se cree que lo encontraron en algún lugar entre Chiapas y Tabasco. Posteriormente, en los años 60, lo vendieron al banquero Josué Sáenz, quien coleccionaba piezas arqueológicas, artísticas e históricas de las épocas precortesiana y novohispana.
Tiempo después, el investigador emérito de la Universidad de Yale, Michael D. Coe, escuchó de la existencia de este códice, vino a la Ciudad de México y buscó entrevistarse con Josué Sáenz en su casa. Ahí conoció su amplia colección que incluía dicho ejemplar. Con permiso del coleccionista, lo llevó a Estados Unidos en donde le realizaron algunos estudios y lo expusieron en el Club Grolier de Nueva York, en 1971.
Esa fue la primera vez que se dio a conocer el códice (llamado en ese momento Códice Grolier) y dos años después se publicó un libro (The Maya Scribe and his World) en donde Michael D. Coe argumentaba que era genuino. Corría el año de 1973.
“A los dos años de haber publicado esto, en 1975, el gran mayista británico J. Eric S. Thompson publicó un artículo diciendo por qué el códice era falso. Entonces, sobrevinieron 40 años de debate acalorado, de una polémica profunda y además polarizada y politizada, de todos los que estaban de un lado diciendo que era falso y los que estaban de otro lado, argumentando que era original”, narró el doctor Erik Velásquez García, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
Finalmente, después de décadas de discusiones, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quien lo tiene bajo su resguardo, decidió emprender un gran proyecto científico para certificar o no su autenticidad.
Se utilizaron técnicas de fotografía hiperespectral, microscopio electrónico, química orgánica, química inorgánica, radiocarbono, análisis de materiales y entomología forense, entre otras, para determinar si es un auténtico códice prehispánico. A diferencia de otros estudios técnicos realizados hace una década, los más recientes análisis fueron hechos con mayores avances tecnológicos.
“Los resultados son sorprendentes. No tiene un solo material que haya sido introducido a América de la Conquista para acá, todo el material es de la época prehispánica. Es un códice del siglo XII por las pruebas de radiocarbono, y tiene ingredientes genuinos. El azul maya por ejemplo se sintetizó en laboratorio hasta la década de los 80 y el códice se dio a conocer en los 60, por lo que no es posible que se trate de una falsificación. Hay una serie de razones de peso científico por las cuales se puede afirmar que es un códice genuino”, destacó el investigador.
El tema de ese códice es un registro de la revolución sinódica del planeta Venus, con sus cuatro fases de estrella matutina, conjunción superior, estrella vespertina y conjunción inferior, así como los pronósticos de estas apariciones y desapariciones del planeta, que los mayas asociaban con muerte, enfermedad, guerra y hambre, si bien dichos pronósticos se encuentran plasmados de forma alegórica, a través de imágenes iconográficas silentes, y no a mediante textos jeroglíficos, como ocurre en el más tardío Códice de Dresde.
Se pueden observar a los dioses de esos periodos o estaciones canónicas de Venus agrediendo a diferentes símbolos del mundo social y natural, por ejemplo, a los gobernantes, a la agricultura, al agua y al maíz. Éstos son víctimas de la furia del planeta Venus, quien viene del inframundo, del mundo de la muerte, cargado de pestilencia, enfermedad y desgracias cuando aparece como estrella matutina y también en las otras fases.
“Es un códice astronómico, pero una astronomía estrechamente vinculada con la religión, la mitología y la adivinación, porque lo que querían era adivinar cómo iba a ser la conducta de los dioses regentes de Venus para anticiparse a estas cosas aciagas, a estos augurios nefastos, y propiciar o hacer más favorable este destino tan adverso que les tocaba, a través del ritual de las plegarias, de los sacrificios, de las oraciones y de las ofrendas”, comentó.
El doctor Velásquez García, especialista en Historia del Arte y en epigrafía maya, participó dentro de este gran proyecto que impulsó el INAH, y cuyos resultados se presentaron recientemente.
El investigador de la UNAM estudió el códice a partir de las escenas de las fechas que contiene, representadas por los jeroglifos de los días y de los numerales.
Así, si la temática del códice son los registros de Venus, lo que el doctor Velásquez García debía buscar era el momento cuando los datos del códice se aproximaran más a la realidad astronómica observable de Venus, esto basado en el rango establecido por el radiocarbono.
“Por ejemplo, si los científicos ya habían determinado en este equipo que las fibras del códice proceden de árboles que fallecieron entre el año 1021 y el 1154, en ese rango yo iba a buscar todas las primeras salidas de la estrella de la mañana en esos años y buscar la que se aproximara más a la fecha registrada en el códice: 1 Ajaw, día ritual y simbólico de la primera aparición del Lucero matutino. Entonces, la fecha más convincente para mí es entre el 4 y el 7 de diciembre de 1129 de nuestra era, que tuvo lugar, además, entre 36 y 39 días después de un eclipse lunar visible en el área maya, detalle que no resulta baladí, toda vez que los mayas culpaban a Venus de producir los eclipses.”
Su participación también consistió en ver cuál sería la relevancia que tiene el códice dentro de la historia de los registros de Venus, a partir del siglo IX de nuestra era hasta el siglo XVIII, es decir, analizar casi 1100 años de registros continuos del planeta Venus.
En este sentido, éste es un códice importante, porque es el registro sistemático más temprano de los movimientos de este planeta, mismo que los mayas utilizaban para encontrar el mecanismo donde los ciclos de Venus les ayudaran a pronosticar las fechas de los eclipses, por ejemplo, fenómenos a los cuales temían.
- Si deseas conocer más sobre este y otros códices, asiste al VI Encuentro Internacional de Bibliología "Los códices mayas a debate: estudios interdisciplinarios sobre escritura, imagen y materialidad", este 5 y 6 de septiembre. En el marco del encuentro habrá un taller y una exposición.
Los inicios de internet en México, libro que no puede faltar en tu biblioteca.
Mapa de México-Tenochtitlan en el nuevo libro de Miguel León-Portilla
Especial 19S: Creencias y registro de sismos en el México prehispánico