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Luis Alberto Barba Pingarrón, impulsor de la prospección arqueológica

“La curiosidad es una característica que debe tener todo científico”: Luis Barba. Foto: Arturo Orta. Diseño: Bárbara Castrejón.

20-09-2013

Por María Luisa Santillán, DGDC-UNAM




La ciencia ha desentrañado algunos secretos que nos permiten conocer y entender el desarrollo de la humanidad. Para realizar este trabajo, se necesita de hombres que con creatividad y tesón se interesen en encontrar aquellos objetos o estructuras que después de miles de años nos siguen contando una historia.

Una labor así es la que realiza en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, el doctor Luis Alberto Barba Pingarrón, quien cada vez que logra descubrir un objeto o identificar sustancias que le cuentan historias, siente la misma emoción de cuando comenzó su trabajo como académico, hace más de tres décadas.

Egresado del Instituto Politécnico Nacional como ingeniero químico, trabajó un tiempo en la industria, sin embargo, en esas primeras experiencias laborales se enfrentó a trabajos rutinarios sin tanta satisfacción. Fue en ese momento que se acercó a la restauración y quiso aplicar sus conocimientos químicos a la restauración de obras artísticas y culturales.

“Me entrevisté con el colega y ahora amigo, el ingeniero Luis Torres. En ese entonces, él  era jefe de los laboratorios de la Dirección General de Restauración en Churubusco; me dijo que podía tener un espacio para desarrollarme ahí, pero que le estaban ofreciendo una plaza en la UNAM, en el Instituto de Investigaciones Antropológicas, que en ese momento estaba creciendo e inaugurando sus primeros laboratorios”, narró el doctor Luis Barba.

Fue el ingeniero Torres, quien le dijo que en ese instituto se necesitaba un ayudante de investigador. Convencido de aplicar su formación en química a la Arqueología, el doctor Barba decidió concursar por esa plaza y después de ser aceptado, ingresó en 1977.

Unos años después de estar laborando en el Instituto de Investigaciones Antropológicas, decidió cursar la maestría en Geología Arqueológica en la Universidad de Georgia, en Estados Unidos. Durante este tiempo pudo abarcar otros campos y se capacitó en geofísica y en geoquímica, técnicas de las Ciencias de la Tierra de gran utilidad para la arqueología.

Justo cuando regresó a México, en 1983, el entonces director del Instituto de Investigaciones Antropológicas, el doctor Jaime Litvak, le propuso crear un laboratorio de prospección arqueológica, área en la que estaba interesado en incursionar y desarrollar.

“Dicho laboratorio ha tenido un gran desarrollo, ha sido exitoso y ha cubierto un hueco que tenía la arqueología mexicana. Tiene técnicas desarrolladas específicamente para ver qué hay debajo de la tierra y encontrar los sitios arqueológicos, sus estructuras y hacer la radiografía antes de una excavación arqueológica”, comentó el investigador universitario.

 Más tarde, con la necesidad de adentrarse más específicamente en el campo de la antropología, a través del Programa de posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras y el Instituto de Investigaciones Antropológicas, cursó el doctorado en Antropología.

Aportaciones relevantes

Una de las características del Laboratorio de Prospección Arqueológica, a cargo de Luis Barba, es que es de los pocos en el mundo que utilizan no solo las técnicas geofísicas sino también las químicas. De hecho, el proyecto de maestría del doctor Luis Barba fue hacer una propuesta de cómo integrar y en qué orden dichas técnicas para hacerlas eficientes y económicas en tiempo y dinero, con el objetivo de recuperar más información útil para la arqueología.

Otra aportación de este laboratorio y del trabajo del doctor Barba a nivel internacional fue el desarrollo de pruebas que permitieran reconocer en qué espacios arquitectónicos realizaban sus actividades cotidianas nuestros antepasados, antiguos habitantes de lo que hoy disfrutamos como zonas arqueológicas.

“Siempre hay una huella química que queda como consecuencia de la ocupación humana, y los pisos son un reflejo de las actividades que realizamos sobre ellos y se enriquecen químicamente con los residuos que desechamos. Esto resultó de mucha utilidad en un momento en que la arqueología mexicana empezó a estudiar cómo vivían las personas y qué actividades realizaban en sus casas. Incluso, hay colegas que lo utilizan en otros países y lo han incorporado a sus procedimientos de investigación”.

Posteriormente, él y sus colegas estudiaron los residuos químicos en las cerámicas para averiguar qué comían, qué preparaban o qué cocinaban nuestros antepasados.

“La cerámica es muy estable y no se altera, protege muy bien los residuos químicos, los mantiene en buena condición en el interior de sus poros y cuando tomamos ese fragmento, lo llevamos al laboratorio, lo molemos y tratamos químicamente, recuperamos información y empezamos a ver cómo estas herramientas químicas informan sobre el uso de cada uno de estos recipientes cerámicos”.

El doctor Barba comentó que en el Laboratorio han tenido colaboraciones con instituciones de distintas partes del mundo como la reciente con la Universidad de Calabria, en Italia, donde participaron en el estudio de la mezquita de Santa Sofía, en Turquía.

Asimismo, ha participado en proyectos con la Universidad Anáhuac en Magdala, Galilea, Israel, en el estudio geofísico de un pueblo perdido desde los tiempos de Cristo; además ha trabajado en proyectos en el Desierto de Atacama, con la Universidad de Tarapacá, en Chile, en donde localizaron una gran cantidad de momias utilizando las técnicas de prospección.

Y en la ciudad de México, recientemente en Santa Ana Tlacotenco, poblado de la Delegación Milpa Alta, participaron en la recuperación de los restos de un mamut, el cual fue sepultado por cenizas volcánicas. Cabe destacar que este ejemplar es uno de los más completos que se han descubierto en la zona del Valle de México, así como uno de los que se ha localizado a más altura sobre el nivel del mar, a 2 mil 800 metros.

Un soporte que impulsa

El doctor Barba, recientemente aceptado como miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, considera que la curiosidad es una característica que debe tener todo científico, además de combinar disciplinas para enriquecer el conocimiento.

Este científico mexicano, impulsor de la arqueometría y la prospección arqueológica en México, y formador de múltiples generaciones de estudiantes en dichas disciplinas, es un hombre que se dice afortunado por haber tenido el privilegio de combinar en su trabajo, la química y la arqueología.

Le gusta tocar guitarra y andar en bicicleta. Junto a su esposa, sus tres hijos y su nieto, ha disfrutado las distintas etapas de su vida, convencido de que su familia ha sido un respaldo fundamental durante su actividad académica y de investigación.

“Ahora lo que más me satisface es tener la energía y la salud que me permita seguir haciendo lo que hago. Otra de las cosas que más me gusta hacer es estar con mi nieto; ya llegó la época en que puedo disfrutarlo, nada más estoy esperando a verlo los fines de semana y le dedico un buen tiempo por más trabajo que pueda tener”.

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