20-04-2020
Por María Luisa Santillán, Ciencia UNAM-DGDC
El 9 de enero de 1993, el francés Jean-Claud Romand mató a su mujer y a sus dos hijos de cinco y siete años. Además, acabó con la vida de sus padres y su perro. Había estafado a sus familiares más cercanos, a quienes les decía que era investigador de la OMS e incluso inventó que padecía cáncer. Todo con el fin de mantener un estilo de vida con el que fantaseaba; una vez que sus mentiras se desmoronaban, decidió matar.
Toda su vida era una falsedad. Después de que todo se descubrió, sus amigos se preguntaban: ¿cómo hemos podido vivir tanto tiempo al lado de este hombre sin sosperchar nada? Incluso la juez del tribunal se cuestionaba cómo no habían logrado saber que aquel hombre mentía (durante casi dos décadas lo había hecho compulsivamente).
El libro El adversario, escrito por Emmanuel Carrère, cuenta esta historia que en la década de los 90 impactó a la sociedad francesa. ¿Pero qué es lo que lleva a una persona a mentir compulsivamente? Es decir, a lo que se conoce como mitomanía o pseudología fantástica o mentira patológica.
“La mitomanía es una falsificación desproporcionada que puede llegar a ser extensa, complicada o presentarse durante años o incluso toda la vida”, explica la doctora Maricarmen Jiménez Colín, del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM.
¿Y para qué dice las mentiras un mitómano? Al respecto hay dos grandes respuestas, explica la doctora Dolores Mercado Corona, de la Facultad de Psicología de la UNAM, la primera es para poder obtener algún beneficio y la segunda es para crear una imagen y así tener el reconocimiento de los demás: que se le considere importante o inteligente, que se diga que tiene poder y que se le debe respetar.
La mitomanía, descrita por primera vez en 1891 por el psiquiatra suizo Anton Delbrück, no se ha llegado a considerar como un trastorno, sino como un síntoma que puede estar asociado con diferentes trastornos mentales, como el trastorno histriónico, el antisocial, el límite, el facticio o el narcisista, los cuales pueden tener como componente la mitomanía.
- La mitomanía no se puede clasificar como un trastorno dentro de las actuales clasificaciones como el DSM V o CIE-10, porque se ha visto que estas personas que tienden a mentir recurrentemente tienen otro tipo de trastorno primario.
La personalidad que puede mostrar un mitómano es la de una persona que generalmente no tienen la sensibilidad del daño que le hace a otra persona, no tiene empatía. Tiene deficiencias de autoimagen y autoestima, y todo lo que hace es para reafirmarse en eso que no tiene.
“Qué tanto el mitómano se da cuenta de que está mintiendo o se cree esas mentiras. Hay autores que consideran que es difícil discernir entre si el mitómano cree o no en su propio relato; se cree que parece que al inicio saben que están mintiendo, pero acaban sumergiéndose en su propia historia y engañándose a sí mismos. Sí está claro que pueden llegar a aceptar o admitir la verdad sobre todo cuando se les presiona o las exigencias externas son muy constantes”, destaca la doctora Jiménez Colín.
Aunque en otros casos puede que sea muy difícil que admitan que están falseando los hechos, y de alguna manera buscan desviar la atención con otros temas que parezcan más verídicos.
En su entorno cercano, con sus familiares y amigos, un mitómano podría reconocerse porque al mentir tan comúnmente es posible que se den cuenta que de manera constante dice mentiras. Aunque cuando mienten frente a alguien con quien no lo hace comúnmente, tienen mayor éxito.
“La mentira sola es una herramienta que tenemos los humanos; la usan los niños desde edades pequeñas; inclusive existe en el medio animal cuando se camuflan los animales como defensa para que no los maten o se los coman, es un instrumento. Una de las características principales de la mitomanía es la frecuencia, la falta de consideración para con el otro y no es la falta de conciencia, porque generalmente las personas tienen conciencia de que están mintiendo”. Dra. Dolores Mercado Corona
No hay terapia para la mitomanía, sobre todo porque una de las condiciones importantes es que la persona quiera cambiar.
“Algo que tenemos como principio en psicología es que para que podamos ayudar a alguien es necesario que la persona quiera ser ayudada; para que pueda haber un cambio lo primero es que la persona detecte que hay un problema y que hay que modificarlo; los mitómanos generalmente no tienen esta condición”, expresa la doctora Mercado Corona.
Agrega que si el mitómano solicitara ayuda, la psicoterapia más recomendable es la conductivo-conductual que lleva a la persona a hacer un análisis de la situación, de cómo funciona la persona, de cuál es el contexto en que se da la problemática y cuáles son las consecuencias de ésta. De esta forma, la persona podría conocer mejor cómo está funcionando y tomar la decisión de realizar un cambio.
Por su parte, la doctora Jiménez Colín apunta que si estas personas llegan a buscar ayuda es más porque han sido obligados por la familia o por motivos médico-legales, ya que de alguna manera buscan protegerse de las consecuencias de los hechos falseados que han dicho.
Algunas áreas del cerebro que llegan a activarse cuando se está empezando a formular una mentira o incluso antes de que sea verbalizada es la corteza cingulada anterior, zona que está involucrada en la toma de decisiones, de empatía, en el control de impulsos, en la anticipación de recompensa y en la emoción.
En la historia de El adversario, los psiquiatras que analizaban a Jean-Claud Romand concluyeron que, en adelante, a este hombre le sería imposible ser percibido como auténtico y que él mismo temía no saber nunca si lo era.
En ello coinciden las doctoras, quienes de igual forma señalan que el mitómano es incapaz de acceder a su propia verdad. Sin embargo, debido a que no tiene un estado de sufrimiento psíquico, es “difícil imponerle un tratamiento psicoterapéutico que él no pide…”, tal como afirman los especialistas del libro de Carrère.
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