04-09-2019
Por María Luisa Santillán, Ciencia UNAM-DGDC
Desde su laboratorio del Instituto de Fisiología Celular, el doctor Antonio Peña Díaz narra a Ciencia UNAM cómo llegó a ser alumno del doctor José Laguna y la admiración que le causaba estar entre sus estudiantes, sobre su amistad con el doctor Armando Gómez Puyou, cómo pasó de la Medicina a la Bioquímica y de la época cuando formó parte del Departamento de Bioquímica, ubicado primero en la Facultad de Medicina y después en el Instituto de Biología.
Cuenta de su participación en la idea de formar el Instituto de Fisiología Celular y sus años al frente de esta institución. Pero no deja de mencionar a las levaduras, esos organismos unicelulares que desde hace siglos han servido a la elaboración del pan, la cerveza o el vino y a las cuales ha dedicado sus años como investigador de la UNAM.
Son muchos años de trayectoria, de alumnos formados, de artículos publicados, de instituciones creadas y de experiencias vividas alrededor de la Bioquímica, la ciencia que estudia la química de la vida; y a pesar de eso, durante la entrevista, suelta que algunas de las cosas que ha vivido las considera meros golpes de suerte.
“La verdad que no tenía muy claro qué iba a ser como médico, me entusiasmaba la medicina interna; en un principio mi idea era simplemente hacer mi tesis y recibirme de médico, pero a la hora que llegué al Laboratorio de Bioquímica y vi los equipos y los experimentos y de vez en cuando sacar un resultado interesante, eso me fue entusiasmando. A veces veo como golpes de suerte que se me han ido dando en la vida”, destaca.
El doctor Antonio Peña considera que la bioquímica es una de las grandes bendiciones que llegaron a su vida. Egresado de la Facultad de Medicina de la UNAM, fue justo en este lugar en donde conoció a grandes amigos y logró acercarse a dicha especialidad.
Hizo su tesis en el laboratorio de Bioquímica de la Facultad de Medicina, a cargo del doctor José Laguna, quien junto con el doctor Jesús Guzmán tenían la idea de formar un grupo de investigación para lo cual reclutaron a varios jóvenes estudiantes como Enrique Piña, Victoria Chagoya, Marietta Tuena y él mismo.
Su amigo, Armando Gómez Puyou, quien ya trabajaba desde antes con el doctor Laguna, fue quien lo acercó a éste y desde ese momento empezó su hoy larga trayectoria en la bioquímica.
Al estar dentro de este grupo de investigación empezó como ayudante en el laboratorio de Bioquímica, posteriormente dio clases, siendo su primera actividad docente ser profesor de Fisiología y Bioquímica en la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia, labor que inició el 19 de abril de 1959.
A pesar de la huelga universitaria que se vivió entre 1972-1973 seguían trabajando en la Facultad de Medicina, hasta que el doctor Laguna sugirió que sería mejor que el grupo de investigación que habían conformado se integrara a un instituto, por lo que después de algunos trámites, el 15 de septiembre de 1978, algunos profesores del laboratorio de Bioquímica se incorporaron al Departamento de Biología Experimental dirigido por el doctor Ricardo Tapia y que era parte del Instituto de Biología.
Después del doctor Ricardo Tapia, el doctor Armando Gómez Puyou fue jefe del Departamento de Biología Experimental, sin embargo, cuando se fue de sabático a Suecia el doctor Antonio Peña Díaz fue nombrado jefe de dicha área.
Ya a cargo del departamento, el doctor Peña empezó a notar que el dinero con el que contaban no les sería suficiente para su funcionamiento. Por lo tanto, solicitó permiso al director del Instituto de Biología para acercarse al entonces rector, Guillermo Soberón, para pedirle recursos económicos.
De este encuentro, años después el doctor Peña Díaz recuerda que salió con el dinero solicitado y una petición por parte del entonces rector: hacer un proyecto para formar un centro de investigación.
Dicha petición, recuerda, fue olvidada ante la emoción de contar con el recurso económico para comprar equipos y materiales para el departamento. Sin embargo, dos meses después, el entonces director del Instituto de Biología le recordó la petición que le había hecho el rector y junto con Jesús Manuel León se dedican durante varios días a redactar el proyecto.
Este es el inicio del hoy conocido como Instituto de Fisiología Celular, que en el primer proyecto tenía por nombre Centro de Investigaciones en Fisiología Celular. Su primer director fue el doctor Antonio Peña y al principio se contaba solo con el ala oriente, así como con 17 investigadores y 11 técnicos.
“Realmente para mí fue toda una experiencia, porque el doctor Soberón tenía toda una administración de gente muy capaz, y además bien dispuesta a apoyar a los académicos, fue así que me dediqué también a conseguir más dinero para contar con los medios para nuestros planes de crecer, y poco a poco fuimos equipando todo”, comenta.
Después de algunos años, se construyó un área más del Instituto de Fisiología con apoyo del entonces coordinador de la investigación científica Jaime Martuscelli y finalmente en 1985, a propuesta del mismo doctor Antonio Peña, el Centro se convirtió en el Instituto de Fisiología Celular, con los argumentos de que era uno de los más productivos de la UNAM.
Fue también durante 1985 que se autorizaron recursos económicos para construir el edificio que en la actualidad alberga la División de Neurociencias.
Durante seis décadas el doctor Peña ha formado múltiples generaciones de estudiantes tanto de licenciatura, como de maestría y doctorado, y hoy algunos de sus alumnos se encuentran en universidades del extranjero, dirigiendo departamentos de bioquímica o incluso uno de ellos, de la licenciatura, fue rector de la UNAM, el doctor José Narro.
Sólo dejó de dar clases tres años cuando fue director del Instituto de Fisiología Celular porque el rector decidió que los directores de dependencias no debían de dar clases, pero a reserva de ese hecho, ha sido profesor durante varias décadas, aunque reconoce que quizás este 2019 sea el último en que imparte clases.
Recuerda que un hecho circunstancial lo llevó a estudiar las levaduras, área en la que ha logrado hacer contribuciones importantes al conocimiento. Fue además quien introdujo a México estos microorganismos como materia de estudio. Con el tiempo, tanto en nuestro país, como en todo el mundo, se han vuelto de gran importancia, no sólo desde el punto de vista de la ciencia pura, sino con numerosas e importantes aplicaciones para la medicina y la biotecnología.
“Eso nos ha llevado no sólo a conocer bastante cómo funcionan las levaduras, creo que podemos enorgullecernos de que muchos investigadores de distintas partes del mundo, que han escrito revisiones de lo que se ha hecho en las levaduras y en su fisiología, muy frecuentemente citan nuestros trabajos. Hemos hecho unas contribuciones importantes en ese camino”, dijo.
De esta manera, el doctor Antonio Peña Díaz, quien nació en Metates, Durango, en el corazón de la Sierra Madre, al pie del Cerro El Pirindongo lleva más de seis décadas contribuyendo a la ciencia mexicana e impulsando múltiples generaciones de estudiantes.
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