19-11-2015
Por María Luisa Santillán, DGDC-UNAM
Este 20 de noviembre se conmemora el Día de la Revolución mexicana, un movimiento que estalló en 1910 con el propósito de poner fin a la dictadura de Porfirio Díaz. El ex gobernante terminó exiliado en Francia, en donde murió en 1915, hace 100 años.
Fue durante el mandato del polémico dictador que se impulsaron algunas de las instituciones o desarrollos en materia de ciencia y tecnología que siguen vigentes hasta nuestros días: la institucionalización de la ciencia, el desarrollo de investigación original que alcanzó el reconocimiento mundial a la ciencia mexicana y un aumento del 300% de la productividad científica.
Quienes fueron los progenitores de la vida científica en la era porfiriana se formaron en las aulas de la Escuela Nacional Preparatoria creada en 1868, comentó la doctora Luz Fernanda Azuela Bernal, del Instituto de Geografía de la UNAM
En dicha institución se fortalecieron las vocaciones técnico científicas, a través de un plan de estudios que partía de la base de una matemática sólida y de la enseñanza sistemática del método experimental, además de que se impulsó la interacción del alumno con la naturaleza.
“Las vocaciones científicas que se fortalecieron fueron alentadas por los profesores, quienes habían vivido los años de la discordia política, las guerras y la ausencia de estímulos para la práctica científica”, señaló la investigadora y especialista en historia de la ciencia.
A través de las asociaciones científicas también se logró el desarrollo de la ciencia en nuestro país, tales como la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y la Sociedad Mexicana de Historia Natural, que aunque fueron creadas antes del Porfiriato, fue durante esta época que recibieron un impulso financiero para que se lograra tener un impacto sobre la vida social y la producción del conocimiento.
Así, durante el gobierno de Porfirio Díaz hubo un momento de gran crecimiento económico y de desarrollo en todos los ámbitos, además de que el país obtuvo en 1895 el primer superávit de su historia independiente, explicó la también Secretaría General de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
En materia de salud, se comenzó el control de epidemias gracias a la creación del primer Código Sanitario de nuestra historia en 1891 y del Reglamento de Sanidad Marítima en 1894.
Apareció la industria eléctrica que en 1890 alcanzó una capacidad instalada de 22 mil kilovatios en cuatro plantas de vapor y 14 hidroeléctricas, infraestructura que se quintuplicó en los 10 años siguientes. Asimismo, este auge industrial impulsó la red ferroviaria la cual creció de 640 km a 28 500 km en la época porfiriana.
También aumentó el tendido de líneas de telégrafos que creció de 7 mil a 68 mil km entre 1877 y 1907. La era telefónica también fue inaugurada en el Porfiriato; la primera línea iba del Castillo de Chapultepec al Palacio Nacional. Al finalizar el siglo XIX el país contaba ya con 5,000 aparatos.
“Desde luego, tanto progreso no es atribuible tan sólo a la mano dura, ni a la astucia que le caracterizó, sino a la visión política que le hizo rodearse de un grupo selecto de colaboradores, encabezados por la crema y nata de la intelectualidad, quienes diseñaron el exitoso proyecto de modernización”, recordó la doctora Azuela.
Entre este grupo se encontraba Vicente Riva Palacio, que aunque era conocido como humanista, también impulsó en ese momento el proceso de institucionalización de la ciencia y la creación del Observatorio Astronómico Nacional (OAN).
Al respecto la doctora Azuela puntualizó que el proyecto del OAN no era algo nuevo en la época de Porfirio Díaz, sino que sus antecedentes se remontan a la época de la Reforma, tal como ocurrió con varios de los establecimientos científicos porfirianos. Sin embargo, fue justo Vicente Riva Palacio quien mientras estaba al frente del Ministerio de Fomento fomentó la creación de dicho Observatorio.
Asimismo se creó el Observatorio Meteorológico Central en 1877 y posteriormente la Comisión Geográfico Exploradora (CGE), la cual realizaba cartas generales y particulares de la República, así como de reconocimiento, hidrográficas, de poblaciones y militares.
“Como podría suponerse, la creación de estos establecimientos careció de la simpatía popular y fue condenada tanto en las tribunas parlamentarias como en la prensa, pues se decía que generaban gastos inútiles. Pese a ello, continuaron recibiendo el más amplio apoyo de Díaz a través del Ministerio de Fomento”.
Dos instituciones que dieron un impulso a la ciencia en el México de ese entonces fueron el Instituto Médico Nacional, que se fundó en 1888, y el Instituto Geológico creado en 1891.
El primero tuvo como misión establecer el registro de la terapéutica tradicional popular de todo el país, la recolección y clasificación de especímenes y su estudio químico, fisiológico y terapéutico. Era un establecimiento que impulsaba la investigación experimental. El segundo tenía entre sus objetivos el estudio de los recursos minerales del país.
Ambas instituciones propiciaron la investigación experimental y se les proveyó de laboratorios, instrumentos y personal especializado. En ellos también se impulsaron el desarrollo de disciplinas como la bacteriología y la biología.
“Los institutos organizaban sistemáticamente las diferentes etapas de la investigación y dirigían la participación de diferentes especialistas en torno a un objetivo común, además de facilitar su completa entrega a la investigación, pues devengaron salarios por realizarla. De hecho, en los Institutos se constituyó la primera generación de científicos profesionales mexicanos”, señaló la doctora Azuela Bernal.
Al exterior, la Comisión Geodésica Mexicana, creada en 1898 y el Instituto Bibliográfico Mexicano abierto en 1899 tuvieron participación en proyectos científicos a nivel internacional.
La primera tuvo como principal propósito el participar junto con Estados Unidos y Canadá en la medición del arco correspondiente del meridiano 98 W de Greenwich en el territorio nacional. Por su parte, el Instituto Bibliográfico participó en la realización del Catálogo Internacional de Bibliografía Científica propuesto por la Royal Society de Londres en 1896.
En palabras de la investigadora, “Díaz sustentó el éxito de su proyecto modernizador en una hábil política de fomento a la ciencia, que recorrió un abanico que partía desde la formación de individuos con apetito de ciencia en la Escuela Nacional Preparatoria, hasta la promoción de la investigación básica en los primeros institutos de investigación de América Latina”.
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