05-01-2024
Por Elisa Domínguez Álvarez-Icaza, Ciencia UNAM-DGDC
La fotografía es memoria del pasado e indica presencia en el acto. Recoge las emociones y las evidencias de lo grato y lo lamentable. Además, como bien lo sabe el Instituto de Investigaciones Estéticas, es una gran herramienta para la investigación. Ahí se encuentra el Archivo Fotográfico Manuel Toussaint, resguardo de más de un millón de imágenes.
Lleva el nombre de su impulsor, el historiador Manuel Toussaint y Ritter, quien en 1934 propuso la creación de un archivo que reuniera fotografías sobre el arte.
Desde 1935, los investigadores fundadores trabajaron con fotografías que ellos mismos tomaban o conseguían. En 1953, con el ingreso de Elisa Vargaslugo al instituto, Manuel Toussaint le encomienda “incrementar y hacerse cargo de las colecciones”, considerandos el año de formalización para la creación de un archivo, refiere la maestra Cecilia Gutiérrez Arriola, quien trabaja en el acervo desde hace más de tres décadas.
Ahí, las imágenes nos hablan de la evolución de la fotografía como técnica y disciplina. Las primeras colecciones que llegaron a este archivo fueron principalmente transparencias a color, las cuales fueron organizadas y clasificadas por la investigadora Elisa Vargaslugo —quien también era amante de la fotografía y capturó obras del arte colonial—.
Gutiérrez Arriola conoce el archivo desde la década de los 80, por lo que ha sido testigo de su transformación. En los 2000, en la transición hacia la fotografía digital, se empezó a digitalizar lo analógico para su conservación y consulta. Esta labor le permite hacer una primera aproximación. Relata que hay fotografías de más de cien años de antigüedad; imágenes de entes consagrados como Tina Modotti y Julio Michaud y registros de miles de manifestaciones artísticas de cada periodo de la historia mexicana.
Los primeros investigadores que conformaron el Instituto estaban conscientes de su importancia para la investigación. Desde entonces ha sido una labor ininterrumpida.
El AFMT, por sus siglas, alberga grandes colecciones fotográficas. Arriola, quien conoce su inmensidad como pocos, menciona algunos de sus tesoros. Por ejemplo, el fondo de autor reúne fotografías de Guillermo Kahlo y José María Lupercio.
Las colecciones han llegado por diversas vías al Instituto. Cuando Arriola era coordinadora del Archivo pidió que se adquiriera la colección del fotógrafo alemán Hans Guttman, nacionalizado mexicano como Juan Guzmán, quien fotografió a los artistas mexicanos más famosos del siglo XX.
Otros fondos, como la serie de fotografías de Christa Cowrie, fueron donados. Cowrie fue una periodista alemana que llegó a México en los años 70 y se convirtió en una de las grandes reporteras del periódico Uno más Uno. En el archivo cuentan con su trabajo de fotorreportaje político, como la campaña de Salinas de Gortari, y una parte de de fotografía social, pueblos y artesanías.
También está la colección de Luis Márquez Romay, uno de los grandes fotógrafos de la primera mitad del siglo XX. Una de sus pasiones eran los trajes regionales; fotografió a mujeres indígenas y modelos por todo el país. También capturó escenas del cine mexicano mudo y de la vida social.
La colección creada por el Instituto se centra en proyectos gestionados por sus miembros. Los propios investigadores siempre han sido una fuente inmensa de imágenes. Las instantáneas solían capturarse en diapositiva a color, y blanco y negro. Los negativos eran para la edición de libros.
Así nacieron los primeros dos grandes fondos, mismos que siguen en continuo crecimiento. El acervo tiene colecciones de los historiadores Salvador Toscano, Francisco de la Maza, Justino Fernández, Manuel Toussaint, Elisa Vargaslugo, Raúl Flores Guerrero, Abelardo Carrillo y Gariel, entre otros.
A Cecilia, quien estudió la licenciatura en letras hispánicas, justamente le interesan esas fotografías que tomaron los académicos para su propia investigación; área en la que se ha especializado. “Este archivo todos los días te da sorpresas”, expresó. Recientemente ha investigado un pequeño álbum de Manuel Toussaint que da cuenta de un viaje por Sudamérica.
La conservación de las fotografías requiere de un lugar seco y fresco, por ello, el Instituto, con base en las características del sistema de la Fototeca Nacional, creó una primera bóveda con cámara fría. La académica señaló que un conservador profesional restaura y limpia el material, vigila la bóveda y se encarga de otros materiales del Instituto. El archivo cuenta con un equipo de refrigeración y un sistema de filtros para que se conserve lo más fresco y seco posible.
En otros lugares del mundo se están congelando los negativos, que son muy sensibles y de alto potencial explosivo. El Instituto ya cuenta con un congelador pero aún no se ha implementado, señaló Arriola.
El archivo está vivo. Constantemente provee los recursos para llevar a cabo investigación. Uno de los proyectos recientes fue un libro para conmemorar los 100 años del nacimiento del muralismo mexicano en los muros universitarios. Se buscaron fotografías históricas de los artistas y las obras que resguarda la Universidad Nacional y se hizo un registro de cómo lucen en la actualidad. Fue una hazaña capturarlas en toda su magnificencia, relata Cecilia.
El archivo cuenta con más de un millón de fotografías analógicas e innumerables imágenes digitales. Arriola señaló que es importante hacer una selección de lo que va a resguardar el Instituto para catalogarlas posteriormente.
Las fotos están en una base de datos de software libre que cumple con las normas internacionales para que los términos utilizados coincidan con el vocabulario Getty y la terminología del arte que se usa en el mundo hispánico. Además, el lingüista Claudio Molina está creando un tesauro que reunirá todos los términos que conformarán el vocabulario mexicano.
Las fotografías facilitan la reconstrucción histórica, remarca Cecilia, quien también es fotógrafa. Por ejemplo, en el proyecto dirigido por Beatriz de la Fuente sobre “La pintura mural prehispánica en México”, se fotografiaron todos los vestigios pictóricos de las culturas del México antiguo, muchos de los cuales ahora ya se perdieron, pero perduran en el registro fotográfico para su estudio.
Para Gutiérrez Arriola, este lugar le ha permitido combinar sus dos pasiones: la historia del arte y la fotografía. Desde niña se familiarizó con los retratos, como muchos de nosotros, a través del archivo familiar; cuando estudió la maestría en historia del arte afianzó su entusiasmo por la cámara. Trabajar en el acervo le implica emplear sus habilidades detectivescas para conocer un proceso y revelarlo al mundo.
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