06-08-2023
Por Elisa Domínguez Álvarez-Icaza, Ciencia UNAM-DGDC
La guerra nunca nos ha sido ajena; sin embargo, hace 78 años, a mediados del siglo XX, un arma como la bomba atómica, con capacidades destructivas sin precedentes, superó las dimensiones conocidas.
Su desarrollo durante la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un elemento clave en la carrera armamentista.
Recordemos que el inicio de esta gran guerra fue en 1939, tras la invasión del ejército alemán de Adolf Hitler en Polonia. Tras la caída de Alemania y a casi seis años del conflicto, Japón resistía. Entonces el presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, decidió usar las armas nucleares.
El 6 de agosto de 1945, la ciudad japonesa de Hiroshima, recibió el impacto de “Little Boy”, una bomba de Uranio-235. Fue resultado del proyecto Manhattan, una división científica-militar del gobierno estadounidense dedicada al desarrollo de armas nucleares liderada por el físico Robert Oppenheimer (1904-1967), quien hoy vuelve a ser el centro de conversaciones a raíz de la película que lleva su nombre.
Entre 90 y 120 mil personas fallecieron. Miles sufrieron quemaduras. A mediano y largo plazo, la radiación impactó en las vidas de los habitantes de las ciudades atacadas. La infraestructura y riqueza histórica de la ciudad fueron destruidas.
Tres días después, Nagasaki, una ciudad en el sudoeste de Japón fue impactada por “Fat Man”, otra bomba aún más poderosa. Las montañas de la ciudad limitaron su alcance, pero aun así murieron de 60 a 70 mil personas. Los japoneses anunciaron la exigida rendición el 15 de agosto.
Las secuelas físicas y psicológicas de poco a poco se revelaron al mundo, así como los alcances de un conocimiento científico hasta antes solo plasmado en teorías.
En 1938 los científicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann llevaron a cabo un experimento. Se dieron cuenta de que al bombardear núcleos de uranio con neutrones, el núcleo se podía separar en dos núcleos de elementos menos pesados. En el proceso se liberaba energía y otros elementos como el bario. El fenómeno recibe el nombre de fisión nuclear.
A partir de ese descubrimiento, las posibilidades de crear una liberación de energía y una explosión masivas a partir de una reacción en cadena, se volvieron realistas. Durante la Segunda Guerra Mundial había sospechas de que el frente nazi desarrollaba una bomba bajo este principio.
En respuesta, Estados Unidos reclutó a científicos y científicas para el Proyecto Manhattan, el nombre que usaban para la investigación nuclear secreta. Ellos fueron los primeros en demostrar el éxito esos principios teóricos de la física.
“Los núcleos atómicos liberan energía cuando se “rompen” núcleos pesados de isótopos como el Uranio-235, así como al unir núcleos ligeros de deuterio o tritio”, comenta el doctor Julio Herrera Velázquez, investigador del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM.
El “rompimiento” de un átomo pesado genera neutrones y átomos con núcleos medios. Así, se liberó energía, átomos de bario y Kriptón y neutrones como radiación, los cuales impactaron en otros núcleos de uranio generando múltiples colisiones que causaron una reacción en cadena.
La primera bomba estratégica “Little Boy” contra Japón, se activó cuando se disparó un proyectil hueco de uranio-235 hacía dos anillos del mismo material.
Entonces se producen las reacciones, una onda térmica y una exposición instantánea a la radiación. Quienes sobrevivieron y quedaron expuestos sufrieron lesiones, algunos desarrollaron cáncer, además nacieron bebés con deformaciones. En dosis menores, la radiación produce alteraciones en el aparato gastrointestinal; y en la médula ósea.
La detonación generó la destrucción y el desplome de edificios, el mal funcionamiento de dispositivos electrónicos y suministros de energía.
Posteriormente durante la Guerra Fría, narra el académico, continuó el desarrollo de armamento por la presión entre las naciones enfrentadas, el deseo de demostrar poder frente al mundo, un efecto psicológico, dice Herrera, quien es experto en fusión nuclear.
Durante las décadas de los 50 y 60 del siglo XX, se realizaron múltiples ensayos nucleares terrestres, atmosféricos, subterráneos y submarinos, que contaminaron de radioactividad el planeta.
También se desarrollaron bombas H o de hidrógeno, que parten del principio de fusión nuclear, en lugar de fisión. Tienen un poder destructivo mayor porque la energía liberada en la fusión es mayor.
De acuerdo con la Unión de Científicos Conscientes, la fusión nuclear consiste en un proceso contrario, en lugar de separar los átomos, se busca que algunos núcleos ligeros se pueden fusionar para formar núcleos más pesados, y se libera energía. Las armas nucleares pueden funcionar por medio de la fisión, la fusión o en combinación de ambos principios.
La bomba de hidrógeno más grande fue la bomba del Zar de Rusia en 1961, con un poder destructor 3,300 veces mayor que la bomba de Hiroshima.
Al lanzar las bombas en 1945, no había certeza de los efectos a mediano y largo plazo. De acuerdo con el portal Science, después de los bombardeos, investigadores japoneses y estadounidenses se reunieron en la zona para monitorear la salud de los pobladores y y recabar conocimiento para futuras guerras nucleares.
Estados Unidos decidió no brindar tratamientos para las enfermedades porque podría asumirse como una admisión de culpa.
La dimensión humana fue relegada a pesar de que los hallazgos permitieron establecer límites globales en las dosis de radiación a los que la gente puede estar expuesta al deducir la relación entre las dosis de radiación que recibieron los sobrevivientes y el riesgo de desarrollar cáncer.
A la par, durante las décadas siguientes al bombardeo, el debate en torno al uso de armas nucleares creció. En 1970 entró en vigor el Tratado de No Proliferación Nuclear, hasta ahora firmado por 191 países. Fue creado para prevenir la propagación de armas nucleares y promover el uso pacífico de la energía nuclear, pero solo propone prohibiciones parciales.
Además, existe el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares que contempla llegar a que se eliminen por completo.
Más allá de los tratados y regulaciones, muchas personas abogan por la eliminación total de las armas nucleares. Y es que hay buenas razones para temer su utilización. El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, en el 2023 reportó que la cantidad de armas nucleares operativas comenzó a aumentar a medida que avanzan los planes de modernización y expansión de la fuerza.
A la fecha, el papel de la comunidad científica en una de las mayores masacres de la historia sigue debatiéndose.
Se descubrió que los reactores nucleares podrían servir para producir energía eléctrica, siendo una fuente de energía de bajas emisiones de carbono. Un tema igualmente controvertido.
El surgimiento de movimientos que abrieron discusiones sobre cómo la dimensión ética atraviesa cada paso del método científico, sigue activo.
Tecnología en manos del poder. El acceso a la tecnología nuclear sigue marcado por las desigualdades, menciona Gisela Mateos, investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM. Las posibilidades son asimétricas, lo que inclina la balanza a un futuro susceptible a guerras injustas.
Hoy en día hay al menos 12,500 armas nucleares en manos de nueve países, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel. 90 % de esa cantidad está en manos de Estados Unidos y Rusia. Otro dato alarmante es que a raíz de la guerra en Ucrania ha disminuido la transparencia respecto a las fuerzas nucleares.
El legado del Inca Garcilaso de la Vega, a 400 años de su muerte
Recuerdan a Luis Estrada, padre de la divulgación de la ciencia en México
Especial Humboldt, Inolvidable: historia y legado del explorador