19-12-2022
Por María Luisa Santillán, Ciencia UNAM-DGDC
Cuando percibimos dolor en alguna parte de nuestro cuerpo, aunque puede resultarnos una sensación desagradable, también es una señal de alerta: el organismo nos dice que algo no está bien.
Podemos considerarlo un mecanismo de defensa, ya que tiene la función de detectar y localizar algún proceso que dañe nuestro organismo. Además, puede ser un fenómeno subjetivo, si está o no vinculado a una lesión patológica orgánica.
Al momento de sufrir un daño en el organismo, se generan múltiples sustancias que empiezan a actuar dentro de nosotros y que se encargan de producir el dolor. El proceso que lo genera no es sencillo y ha costado años de estudio para comprender cuáles son los mecanismos disparadores.
El dolor prolongado es una epidemia que avanza en todo el mundo. Es una de las principales causas de consulta en los hospitales y una enfermedad que limita la vida de las personas. Vivir con dolor es incapacitante: las actividades diarias dejan de hacerse; aparece la depresión y el enojo; es causa de ausentismo laboral o escolar y asilamiento social, y disminuye la capacidad cognitiva, entre otras cuestiones.
Entre los primeros aspectos que deben considerarse es que no todos los dolores son iguales. Por ejemplo, si se clasifican por su temporalidad existen el agudo y el crónico. El primero dura menos de tres meses y el segundo se prolonga aún después de ese tiempo.
Si se clasifican por su etiología se pueden dividir en dolor nociceptivo, en el que estaría incluido el agudo, y se produce a nivel de las estructuras somáticas o viscerales.
“El dolor nociceptivo tiene la función de protección, es decir, cuando tenemos una incisión quirúrgica, una lesión o una herida, la función del dolor agudo es alertarnos ante esta situación de peligro y generar en el cuerpo mecanismos para controlar el dolor y la reparación de tejidos y que la lesión se cicatrice y se repare”, explica la doctora Nayely Salazar Trujillo, de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Pero si el estímulo doloroso o la respuesta inflamatoria continúa, a pesar de que ya no haya una lesión aparente, puede hacerse crónico y convertirse en una patología. En este sentido existe, por ejemplo, el dolor neuropático que a afecta a los nervios y en el cual se pasa de una sensibilización del sistema nervioso periférico al sistema nervioso central.
Asimismo, otro tipo de dolor, por su etiología, es el nociplástico, en el cual no hay una lesión de las vías que codifican el dolor, sin embargo, éste existe. Esto ocurre, por ejemplo, en enfermedades como la fibromialgia.
La forma en como recibimos el estímulo nervioso es a través de nuestros nociceptores, es decir, unas terminales nerviosas que a nivel del tacto, presión, temperatura o cambios de pH nos permiten sentir la señal dolorosa.
A partir de que recibimos el estímulo doloroso empezamos a percibir el dolor e inicia un proceso que implica mecanismos muy complejos como la transducción, la transmisión, la modulación y la percepción del dolor.
La transducción se da cuando recibimos un estímulo doloroso, por ejemplo, un golpe o una quemadura, que pasa de ser algo mecánico, químico, térmico o inflamatorio a convertirse en un estímulo eléctrico.
En ese momento inicia la fase de la transmisión: cuando ese estímulo eléctrico viaja a través de las fibras nerviosas pasando por la médula espinal, en donde existen neuronas que reciben la señal dolorosa.
A su vez, el sistema de modulación del dolor se origina en los centros superiores del cerebro y desempeña un papel fundamental en la percepción de la señal al inhibir o amplificar las entradas nociceptivas a través de los neurotransmisores como la serotonina, la dopamina, los opiáceos endógenos, etcétera.
La modulación ocurre en las áreas del cerebro responsables de la percepción sensorial y de la estimulación del afecto, la emoción y la memoria.
La doctora Nayely Salazar, quien es coordinadora del Grupo de Trabajo de Cuidados Paliativos del Seminario de Estudios de la Globalidad de la FM, explica que la naturaleza y la gravedad de la percepción consciente del dolor dependen del complejo procesamiento en diferentes áreas del cerebro. Esto incluye la corteza somato sensorial, la corteza prefrontal, la amígdala y la corteza cingulada anterior.
Destaca que, recientemente, la atención se ha centrado en los componentes de la nocicepción basados en la percepción debido a su capacidad para reducir el dolor mediante técnicas conductuales no farmacológicas, como la imaginería guiada, la capacitación en atención y relajación, la hipnosis y la terapia conductual cognitiva.
Los mecanismos que producen el dolor son muy complejos. En este sentido, cuando se presenta el estímulo doloroso se generan e intervienen distintas sustancias como la glutamina, el glutamato o neurotransmisores como el gaba.
La doctora Salazar explica que distintas sustancias inflamatorias se van a generar cuando hay una lesión en un tejido y también se pueden presentar cambios a nivel molecular.
DOS FACTORES ESENCIALES se consideran al tratar de entender el procesamiento psicológico en dolor, desde una aproximación basada en sistemas cerebrales:
- Experimentarlo puede desencadenar una cascada de eventos neurológicos, sensoriales inicialmente, que llevan a un estado psicológico alterado.
- Estados psicológicos previos pueden determinar un alto riesgo para la cronificación del dolor. Lo anterior debido a procesos como sensibilización cruzada, donde la exposición a un estrés en el pasado confiere mayor sensibilidad a otros estímulos aparentemente no relacionados (como un trauma infantil, pérdida de uno de los progenitores o una adicción).
“No existe como tal una herramienta que pueda darnos un diagnóstico preciso del dolor. Esto se da con un enfoque clínico, con estudios de gabinete y una exploración física y, en conjunto con todo esto, se puede integrar un diagnóstico. Actualmente dependiendo de la etiología o del síndrome doloroso, hay diversas guías o pautas para los tratamientos farmacológicos o recomendaciones”, concluye la universitaria.
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