29-07-2022
Por María Luisa Santillán, Ciencia UNAM-DGDC
Distintos sentimientos brotan cuando se decide tener un hijo: temor por la nueva etapa, incertidumbre por su futuro, alegría por la llegada del nuevo ser humano, ansiedad por saber si se hace lo mejor y suficiente por criarlo.
En ese momento, se inicia una etapa conocida como parentalidad, durante la cual la madre y el padre, o el cuidador, enfrentan distintos retos que los llevan a conformar habilidades útiles para acompañar la crianza de sus hijos.
Todo aquello que hacen para favorecer este desarrollo se conoce como competencia parental, es decir, la capacidad de las madres y los padres para generar y coordinar respuestas flexibles y adaptativas frente a las necesidades de sus hijos, según su etapa de desarrollo.
La maestra Laura Amada Hernández Trejo, de la Facultad de Psicología de la UNAM, explica que los padres ejercen las tareas de cuidar, proteger, educar y asegurarles un desarrollo sano tanto física como mentalmente a los hijos. En este sentido, las habilidades que generen les permitirán afrontar, de modo flexible y adaptativo esta tarea, así como proveerse de recursos para adaptarse a cada una de estas necesidades.
Sin embargo, también existen estrategias que tradicionalmente se han llevado a cabo como una forma crianza hacia los hijos. Una de ellas es el castigo físico y psicológico, considerado un método de disciplina violento, que en nuestro país han padecido 6 de cada 10 niños y niñas entre 1 y 14 años.
La académica explica que estos castigos ocurren cuando los padres o los cuidadores ven sus recursos limitados y afrontan muchos estresores, por ejemplo, los ambientales, los propios o las características de los hijos.
La crianza llega a ser estresante, y a pesar de que se desarrollen competencias parentales, también pueden presentarse estresores que llevan al agotamiento y aumenten el riesgo de maltrato hacia los hijos.
Para la especialista en estrés parental, lo más importante es que los padres tengan la capacidad de reconocer que ese maltrato daña a sus hijos y que sean conscientes de cuáles son los disparadores que los llevan a utilizar la violencia.
“Los disparadores casi nunca son del infante; son aspectos personales, e incluso está la propia historia de crianza de los padres y eso es algo muy difícil de romper. Cuando hablamos de cómo llegamos a maltratar a nuestros hijos, tiene que ver con lo que nosotros vivimos, pues aprendimos estrategias ineficientes para resolver problemas, por ejemplo, gritar, pellizcar, golpear, insultar”.
Contrario a este actuar existe la parentalidad positiva, es decir, el comportamiento no violento hacia los hijos, en el que se busca proveer un cuidado cariñoso y sensible en cada etapa de su desarrollo. Se les otorga reconocimiento, se les orienta y se establecen límites.
La especialista destaca que es necesario generar un establecimiento de límites distinto y acorde a cada etapa de desarrollo del infante, priorizando que no sea violento, que respete sus derechos e impulse en el menor la oportunidad de tomar decisiones sobre su conducta, es decir, que le ayuden a ser reflexivo y que no los vea sólo como una imposición ni que sea movilizado únicamente por el miedo.
“Cuando criamos con violencia, el niño no entiende por qué le pediste otro comportamiento, solamente que va a haber un estímulo aversivo (gritos, insultos, golpes) si no hace lo que mamá o papá le dicen. Cuando le damos la posibilidad de observar su conducta y tomar decisiones, aprende sobre sí mismo y se puede regular, porque su conducta ya no va a estar sujeta sólo a la consecuencia que sus padres provean”.
Una perspectiva desde la parentalidad positiva impulsada desde España señala que los padres deben de ser proactivos, eso significa que si alguno de ellos sufrió maltrato durante su niñez, no actúe de la misma manera con sus hijos, sino que busque orientación e información sobre programas de crianza, o que comparta con otros padres sus experiencias sobre cómo resolver determinadas situaciones.
Por ello, propone generar espacios para los padres que tengan una perspectiva de prevención, la cual debe existir desde la concepción, aunque esto casi nunca ocurre.
“Una mamá, un papá o un cuidador estresados corren muchísimo riesgo de ejercer violencia. Así lo vimos en la pandemia: hubo un aumento en la violencia porque estaban todos en condiciones muy desfavorables, económicas, de espacio; los niños sin estimulación suficiente, ni socialización, y eso lleva a un ejercicio de mayor violencia”.
Los efectos de la violencia en los niños florecen mayormente en el aspecto emocional y pueden llevarlos a tener un concepto pobre de sí mismo, dado que algunos aspectos que se les comunican cuando se les maltrata es que no satisfacen lo que se espera de ellos y que merecen ser tratados de esa forma.
Además, tratarlos con violencia los pone en riesgo ante otras situaciones, porque cuando el niño se cree merecedor de un castigo va a aceptar que se le trate de esa forma en otros lugares y que alguien más también pueda violentarlo.
“Por eso es importante que les mostremos respeto como personas, por sus derechos, porque eso les permitirá reconocer la violencia en muchos otros lugares y podrán limitarla”, enfatiza la especialista.
Algunas recomendaciones para evitar ejercer violencia contra los hijos que destaca la maestra en Psicoterapia infantil son que si alguno de los padres se encuentra ante una situación en la que pueda haber maltrato físico o verbal es mejor alejarse por un rato, tomar distancia y una vez que estén más relajados, intentar hallar alguna solución al problema en conjunto.
Otra recomendación para los padres es hacer ejercicios de respiración, meditar o buscar conectarse rápidamente con algún estímulo que le sea placentero, como escuchar música o ver algún video, para después de estar más calmado, buscar soluciones.
En la actualidad, la maestra Hernández Trejo está cursando el último año de estudios de doctorado en Psicología; su investigación consiste en trabajar con mamás desde la terapia de la aceptación y el compromiso.
Explica que los modelos de crianza que existen son, por lo regular, extranjeros y presentan dos características: son difíciles de implementar en sociedades como la nuestra y en el afán de querer apegarse a lo que dicta el modelo, los padres se autoexigen para acercarse a lo que debe de ser un tipo de crianza y, al no obtenerlo, se estresan.
“Necesitas enfocarte en qué es lo importante para ti, en tu rol de mamá y para tus hijos, y si guías tu crianza más enfocada a tus valores será más fácil de llevar porque quitas algo de ese perfeccionismo, de esa alta expectativa, de esta atribución de los niños se comportan así, porque yo soy mala mamá y te diriges a lo verdaderamente importante para ti”.
De esta manera, pensar en estos valores cuando hay una interacción con los hijos que puede tornarse violenta, permitirá reflexionar si ejercer la violencia los acerca o los aleja de la forma como desean guiar el desarrollo del hijo, y ese momento de reflexión puede llevar los padres a tomar una decisión distinta.
Por lo tanto, recomienda, en la medida de lo posible, promover la reflexión encaminada al cambio, es decir, si los padres tienen una conducta violenta hacia los hijos eso debe ser una señal para buscar ayuda, ya sea de centros de atención, psicólogos, la escuela o de otros padres con más experiencia y que no son violentos.
La psicóloga destaca que es importante que los padres también tengan compasión con ellos mismos, es decir, reconocer cuando se están equivocando, que se perdonen cuando ocurrió alguna situación violenta (como gritos, insultos) y acepten sus emociones, pero al mismo tiempo busquen soluciones ante esas reacciones.
“En la medida en que yo ejerzo esta compasión y este perdón conmigo va a ser más probable que pueda ejercerlos con ellos, y eso nos va a dirigir a que podamos brindar esa crianza cariñosa, sensible y respetándoles, sin violencia”.
Identifica los estresores más frecuentes en la parentalidad
Ser padres adolescentes
Tener hijos menores de 6 años
Tener dos niños muy pequeños, menores de 6 años
Ser madre versus ser padre
Tener el primer hijo antes de los 24 y después de los 35 años
Tener varios hijos
Ser una familia monoparental o reconstituida
No tener un ingreso financiero asegurado
Tener un nivel educativo alto
Ser una madre que se queda en casa o que trabaja jornada parcial
Tener una personalidad perfeccionista o extrovertida, ser una madre o un padre que no socializa
Tener ansiedad
Sentir que la parentalidad impide su realización en otras esferas de la vida (trabajo, pareja, amistades)
Falta de consistencia en el establecimiento de límites
Falta de reforzamiento positivo en los hijos
Desorganización familiar, falta de rutinas en la familia
Insatisfacción marital
Tener un hijo con alguna enfermedad o discapacidad
Desacuerdos entre la pareja en cuanto a los valores educativos
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