13-05-2019
Por María Luisa Santillán, Ciencia UNAM-DGDC
Los árboles son una muestra viviente del paso del tiempo en nuestro planeta, pues en su interior podemos encontrar información que nos habla de eventos que ocurrieron desde hace siglos. Por ejemplo, nos pueden revelar la fecha de una plaga, de algún evento meteorológico, de una sequía, etcétera.
Lo mismo ocurre con aquellos árboles que forman parte de una región: en sus anillos podemos conocer qué tanto ha cambiado el lugar, qué eventos han permitido estas modificaciones y cómo se ha recuperado el sitio.
Un ejemplo de ellos son las zonas volcánicas que sufren distintos procesos geomorfológicos que provocan cambios en el relieve del lugar. Así, flujos piroclásticos, caída de ceniza, flujos de lava, lahares, desprendimientos de rocas, etcétera, pueden generar cambios en el relieve y la vegetación del lugar.
En el Instituto de Geografía de la UNAM, el doctor Osvaldo Franco Ramos mantiene como línea de investigación temas relacionados con la dendrogeomorfología en diferentes volcanes del centro de México. Algunos de ellos activos como el Popocatépetl y el Colima, y otros que no están activos pero que sí tienen una dinámica geomorfológica importante, como el Pico de Orizaba, el Iztaccíhuatl y el Volcán Paricutín.
Su trabajo consiste en evaluar la frecuencia y magnitud de procesos geomorfológicos en estos lugares, utilizando el método de fechamiento a partir de los anillos de crecimiento de los árboles. De esta manera, toman muestras de árboles que se ubican en las barrancas aledañas a los volcanes y que tengan señales de impacto, por ejemplo, de rocas, de sedimento, etcétera.
- Analizan diferentes tipos de árboles, en particular coníferas del centro de México, en bosques templados. Algunas especies son: Pinus hartwegii, Pinus leiophylla, Pinus michoacana, Pinus pseudostrobus, Pinus ayacahuite, Abies religiosa, Juniperus monticola y Alnus jorullensis .
El investigador comentó que es muy común que en las barrancas de estos volcanes, activos o inactivos, durante periodos de lluvias se generen lahares, los cuales son una mezcla de agua, sedimento y bloques que bajan por las barrancas, y a su paso van impactando, inclinando y sepultando los árboles.
Así, su trabajo consiste en identificar las huellas que dejaron estos lahares en los árboles. Para lo cual introducen un barreno especializado hasta el centro del árbol, extraen una muestra y hacen la lectura de qué edad tiene ese árbol, en función del número de anillos que observan.
También se analizan y fechan disturbios en los anillos que se pudieron haber originado por estos lahares, por ejemplo, cicatrices de impacto, supresiones abruptas, madera de reacción, excentricidad en los anillos o, en algunas especies, incluso pueden encontrar filas tangenciales de ductos de resina traumáticos. Este tipo de disturbios se relacionan con el paso de algún proceso geomorfológico.
“Fechamos con métodos dendrocronológicos, asignamos una edad a cada anillo de crecimiento en el tiempo y después podemos tener el año preciso de cuándo ocurrió alguna anomalía. Gracias a eso podemos reconstruir los procesos geomorfológicos en el tiempo y hacer una cronología de cuántos eventos hubo en el pasado, lo cual dependerá de la edad de los árboles, que incluso puede abarcar 100 años o más, pues sí tenemos árboles de 300 o 600 años”, destacó el investigador.
Para aplicar este método en el sitio de estudio, se necesita primero que haya árboles; segundo, que éstos formen anillos anuales, y tercero, que dichos anillos se puedan fechar, lo cual se logra si tienen una variación en su ancho, que a su vez está relacionada principalmente con condiciones climáticas. Por ejemplo, si hay mucha lluvia el anillo será muy ancho y si hay sequía será más delgado.
Además, el geógrafo y sus colaboradores estudian qué tipo de disturbios causan los flujos piroclásticos, los cuales en muchos casos matan a los árboles, pero los que sobreviven también recogen evidencia de esta actividad (impactos y supresiones abruptas), ya que el material piroclástico que expulsan los volcanes va a inhibir el crecimiento normal de los árboles.
En las zonas volcánicas que han trabajado, las similitudes que encuentran es que el límite del bosque está alrededor de los 4000 metros de altura, por lo tanto, la especie que predomina a esas altitudes es el Pinus hartwegii, el cual se considera que habita a mayor altitud en todo el mundo.
Otra especie que habita casi en todas las montañas que han estudiado es el Juniperus montícola (segunda especie más longeva hasta ahora encontrada en México), el cual lo encuentran por encima de los 4000 metros, en zonas rocosas y muy soleadas. El investigador destacó que, debido a estas limitaciones en crecimiento, han encontrado individuos de más de 800 años en el Pico de Orizaba y posiblemente de más de 900 años en el volcán Cofre de Perote.
Los volcanes del centro de México que han trabajado han tenido diferentes etapas de formación, casi todas ellas son de vulcanismo que se originó en el Cuaternario (hace ~2 millones de años) y que ha tenido diferentes fases de construcción y de destrucción de edificios volcánicos.
Otra similitud es que existen barrancas que están conectadas en la parte del edificio principal de los volcanes, lugar que presenta mucha inestabilidad, porque en algunos (como el Iztaccíhuatl y el Pico de Orizaba) todavía tienen glaciares y permafrost (suelos congelados). Por lo tanto, esta conexión de las barrancas genera una mayor dinámica geomorfológica, pues tiene más aporte de agua durante periodos de fusión de hielo y puede haber más posibilidades de que ocurran lahares.
Asimismo, otra similitud entre estas montañas es que en estas barrancas hay procesos de remoción en masa, porque tienen pendientes muy pronunciadas y poca vegetación, por lo tanto, hay muchas condiciones favorables para que ocurra algún proceso de ladera, como deslizamientos, caída de rocas o erosión hídrica intensa (raíces de árboles expuestas).
Agregó que también es común encontrar lahares que drenan por las barrancas, sobre todo asociados a lluvias torrenciales provocadas por algún huracán o tormenta tropical.
“En estas montañas que hemos estudiado, como están en el centro de México, hemos visto que algunos huracanes intensos que han entrado al continente, tanto del Atlántico como del Pacífico, han generado lahares en más de una montaña, es decir, en el mismo año coinciden los eventos en varias barrancas, asociados a algún huracán intenso que generó mucha lluvia de manera regional”.
De esta manera, dichos estudios permiten analizar los fenómenos hidrometeorológicos y/o volcánicos en los últimos siglos e identificar, en la actualidad, los distintos efectos geomorfológicos y disturbios en los árboles que se presentan en las distintas zonas volcánicas del centro de México.
GALERÍA FOTOGRÁFICA: anillos de los árboles, memoria del tiempo
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