29-11-2013
Por Naix’ieli Castillo García, DGDC-UNAM
Asunción Álvarez del Río ha dedicado su vida profesional al tema de la muerte. Sus líneas de investigación son la muerte en la práctica médica, eutanasia y el suicidio asistido, entre otros del campo de la bioética.
Es investigadora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental en la Facultad de Medicina de la UNAM, integrante del Colegio de Bioética A.C. y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Entre sus publicaciones destacan el libro Práctica y Ética de la Eutanasia, editado por el Fondo de Cultura Económica en el 2005, y La Eutanasia, en colaboración con Arnoldo Kraus, publicado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Es una situación en la que una persona, que ya está sufriendo mucho por una enfermedad que incurable, prefiere morir y pide ayuda para eso a un médico. Esta situación plantea un dilema ético.
Creo que desde niña me inquietaba el tema de la muerte, pero yo lo resolvía con la religión. Pensaba que acabándose esta vida había otra; esa era mi respuesta. Pero cuando ya no fui creyente, el tema de la muerte se hizo muy presente y me costaba mucho entender que la vida se acaba.
En 1993, me decidí a hacer algo concreto y a trabajar con el tema de la muerte. No sabía por dónde empezar, pero me acerqué al doctor Ruy Pérez Tamayo, patólogo de la Facultad de Medicina, y él me fue orientando para desarrollar un proyecto de investigación.
Más adelante hice una maestría con un proyecto que se llamó La experiencia del enfermo terminal ante la muerte. Luego seguí haciendo más proyectos sobre cómo se vive con la muerte. Eso me fue dando más respuestas y me di cuenta que mucha gente también tiene problemas con este tema. Por ejemplo, algunos de nosotros queremos negar la muerte y muchos pacientes terminales no tienen con quien hablar sobre ello. Ya en el doctorado, mi tema de investigación fue la eutanasia y desde entonces no he dejado el tema.
Para tomar decisiones como la eutanasia, se necesita del conocimiento que aporta la medicina, que se basa en la ciencia. Esta da los elementos para decir, por ejemplo, que una enfermedad es incurable, con datos objetivos.
En otras decisiones difíciles, como cuando una persona se encuentra en estado vegetativo persistente hay que tomar la decisión de darle soporte artificial o no. Ahora hay conocimientos científicos que indican si ciertas funciones del cuerpo ya están muertas definitivamente y permiten decidir que ya no es correcto prolongar la vida de alguien que ya no es persona.
Sin duda, para hacer la reflexión ética de ciertos problemas tenemos que tener el conocimiento que aportan ciencias como la biología, y así tomar las mejores decisiones.
Lo que ha cambiado más es el papel que tenía la religión en este tipo de decisiones, sobre el final de la vida. Cada vez se puede acordar más democráticamente que la religión es importante para las personas practicantes; está bien que existan los dogmas para que los sigan los creyentes, pero no se acepta la imposición de esas creencias al resto de la sociedad que no las comparte.
Si queremos que en una sociedad se abra la discusión y se decida que sea legal o que no sea legal algo como la eutanasia, tenemos que dar argumentos que podamos discutir entre todos, sin basarnos en dogmas. Eso es un gran avance.
En especial la iglesia católica quiere seguir imponiendo sus creencias a toda la sociedad y ahora tratan de presentar sus argumentos de manera científica, pero siguen siendo argumentos religiosos.
Tenemos que trabajar mucho sobre el bien morir, porque todos vamos a morir y muy probablemente lo haremos en manos de médicos. El problema va más allá de la eutanasia. Las personas tenemos que aceptar que somos mortales y que todo el progreso de la medicina es muy provechoso, pero no para evitar una muerte que tiene que llegar.
Es importante reconocer cuándo aplicar todo lo que ofrece la ciencia y la tecnología y cuando ya no. Eso no es eutanasia, es simplemente suspender tratamientos que ya no curan sino que añaden sufrimiento y sustituirlos por otros dirigidos a aliviar y hacer que la persona, mientras muere, tenga la mejor vida posible y haga lo que tenga que hacer al final de su vida. Si alguien no quiere esperar a que llegue el momento de la muerte porque su sufrimiento es demasiado duro, ahí entraría la eutanasia.
Solamente hay tres países del mundo, Holanda, Bélgica y Luxemburgo en donde se permite la eutanasia o el suicidio asistido, que es muy parecido. En la eutanasia, un médico da una inyección que va a causar la muerte del paciente; hace algo para que muera, porque es lo que la persona quiere. En estos casos siempre se cubren requisitos y condiciones para cumplir con lo que la ley permite.
En el suicidio médicamente asistido, el doctor ayuda, pero en lugar de una acción, solamente otorga los medios para que el paciente tome medicamentos que van a causar su muerte. La última acción la hace la persona.
Un país con una legislación especial es Suiza, en donde se reconoce que el suicidio puede ser racional; también se permite el suicidio asistido, aunque no necesariamente en el contexto de la atención médica. Existe una ley que señala que será castigado quien ayude a suicidarse a alguien por motivos egoístas, y de ahí se deduce que no está castigado y que está permitido dar esa ayuda, si se hace por motivos altruistas.
En Estados Unidos hay cuatro estados en donde se permite el suicidio médicamente asistido, pero no la eutanasia. Allá consideran que solo es aceptable la acción en la que un médico ayuda, sin embargo, el último responsable es el paciente.
Lo controvertido de la eutanasia o el suicidio asistido es que se le está pidiendo a alguien que haga algo que provocará la muerte de otro. Hay que dar argumentos de que eso puede ser ético en algunas situaciones.
Lo que en la mayoría de países se discute es si está permitida la eutanasia, que implica ayudar a alguien que ya se va a morir o que tiene una condición médica que no va a cambiar y le está generando mucho sufrimiento físico o emocional.
En México, se reconoce en la atención médica que cuando hay un enfermo en fase terminal, él puede decidir que no le den más tratamientos que ya no le sirven para curarse y que prolongan su vida y también su sufrimiento.
El avance es que tanto el paciente tiene la seguridad de que se le respetará ese derecho, como los médicos la certeza de que si el paciente muere al dejar de dar uno de esos tratamientos, no tendrían un problema legal.
Este paso se cristalizó en México con la Ley de Voluntad Anticipada en el Distrito Federal y fue seguida de otras leyes estatales y una reforma federal a la Ley General de Salud en Materia de Cuidados Paliativos que establece lo mismo. Según esta legislación, el paciente debe recibir tratamientos que le den alivio, es decir, los cuidados paliativos que atienden sus necesidades físicas, psicológicas, sociales y espirituales. Ya tenemos una ley, pero falta mucho en cuanto a desarrollo de los cuidados paliativos en el país.
Considero que una de mis aportaciones es promover el debate sobre la eutanasia en México con elementos racionales, fuentes fundamentadas e información actualizada, que proviene tanto de las personas que están a favor, como yo, como del trato con las que están en contra.
Los pacientes, familiares y médicos tenemos que entender que la muerte no se debe tratar de evitar, sino buscar que llegue de la mejor manera. Antes se podía hacer muy poco para postergar la muerte, pero los avances de la medicina nos han hecho creer que se puede vencer.
Muchas personas creen que están en contra de la eutanasia. pero cuando se informan, se dan cuenta de que solo se trata de poder elegir sobre el fin de la vida cuando es necesario, entonces cambian de postura.
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