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La diversidad tintórea de México

Mtra. Leticia Arroyo Ortíz, artista plástica. Foto: Elvia Moreno Posadas.

13-10-2011

Por Jessica Guzmán y Noemí Rodríguez


En México existe una gran diversidad de especies tintóreas naturales que fueron utilizadas en el pasado y que aún se conservan,  junto con el conocimiento sobre su uso tintóreo, religioso y  medicinal.  

En la época prehispánica, los tintes naturales se usaron en la preparación de colores para pintar murales, códices, el cuerpo y la indumentaria de los rituales. A los colores extraídos de la naturaleza se les asignaba un simbolismo del mundo real y mágico. El azul significaba agua y correspondía a los dioses relacionados con este elemento; el  amarillo hacía referencia a la luz de las estrellas; el negro a lo nocturno; el rojo, tlapalli en náhuatl, significaba color. 

Por su importancia cultural, económica e histórica, en nuestro país destacan siete materiales tintóreos dentro de una gran diversidad como son: el cempasúchitl, el añil, el palo brasil,  el palo campeche, el zacatlaxcalli, el caracol púrpura y la grana cochinilla. Estos dos últimos son los únicos animales tintóreos que se conocen en México. 

Leticia Arroyo Ortiz es artista plástica y maestra de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM. Realizó estudios sobre pintura y textiles en la Escuela de Artes Plásticas de Bucarest, en Rumania. Sus trabajos  se han presentado en diversas exposiciones, tanto en México como en el extranjero.  En su casa-taller rodeada de madejas de colores nos platicó cómo los tintes naturales se convirtieron en su pasión y nos permitió conocer más que su profesión, su talento para extraer los colores de las plantas tintóreas y dejarlas plasmadas en sus obras. 

En busca del “Azul”

Todo empezó cuando compraba los tintes en Oaxaca para teñir mis tapices, pero en ocasiones no me servían porque el color no se fijaba en las fibras. Otra de las dificultades que tuve fue que las plantas de las que se obtienen los tintes cambian de nombre de una región a otra y las personas desconocían de qué planta se obtenía determinado color.

Entonces me di a la tarea de buscar los nombres científicos de las plantas para regirme con nombres que no cambian y saber cómo usarlas y en dónde encontrarlas. El fruto de esta investigación de 20 años, es el libro Los tintes naturales mexicanos y su aplicación en algodón, henequén y lana. 

En México tenemos una gran diversidad de plantas tintóreas, en las que dominan las de colores amarillos,  en cualquier región de nuestro país encontramos plantas o flores de donde se extrae este color; también hay ocres, azules, rojos, violetas y negros producidos a partir del  añil, la cochinilla y el palo brasil,  respectivamente.  

La grana cochinilla es un insecto que se utiliza como colorante en textiles y alimentos, es la hembra del parásito de algunas variedades de nopales y en la época de la Colonia se exportaba a Europa; el rojo, obtenido de todo su cuerpo, sirvió para teñir las casacas del ejército inglés.

El azul añil también se exportó desde hace muchos años al continente europeo, se producía en toda Centroamérica y en todas las zonas con clima cálido. En El Salvador el proceso de obtención del añil en piedra consiste en poner en un tanque con agua  hojas de añil, que se dejan reposar de cuatro a seis días, así se fermentan o descomponen y liberan la sustancia tintórea, llamada indican, ésta se va al fondo del contenedor formando un sedimento y  posteriormente se bate de cuatro a seis horas. 

Cuando se retira el agua,  el sedimento del fondo se pone a secar al sol y se endurece, a esto le llamamos añil en piedra. El añil tiene dentro de su composición algunos minerales, por lo que se comporta como tinte y pigmento, una vez que se ha obtenido el añil en forma de pigmento, que no es soluble en agua, se lleva a cabo otro procedimiento para teñir lana, seda, algodón y algunos sintéticos. 

En algunas regiones de México los indígenas conservan el procedimiento de teñido con añil. Tal como ocurre en Hueyapan, en la sierra de Puebla, en donde la preparación del tinte incluye cal, hojas de saúco, yuca y polvo de añil, todo mezclado dentro de una olla. Un elemento indispensable en el teñido con añil es el muitle, de sus hojas se puede obtener el verde o azul y siempre se agrega a la tina de añil porque acentúa el color.

Durante cuatro días se vigila la temperatura con el fin de evitar que la mezcla se precipite y el añil se vuelva insoluble en agua y no se adhiera a la fibra. La técnica de teñido con añil se ha preservado de generación en generación, por lo que el ritual también está presente; en la olla, además de las plantas, se pinta una cruz de cal y se coloca una muñequita enrollada para garantizar el éxito del teñido.

Cuando se tiñe con añil podemos observar que al sumergir la tela en la tintura, ésta adquiere un color verde y al ponerla a secar, el indican entra en contacto con el oxígeno y cede electrones, es decir se oxida, luego son recibidos por el oxigeno que se reduce y esta reacción de oxidación-reducción se hace visible cuando el color de la tela se transforma en azul. 

Intenté teñir con añil durante mucho tiempo, hasta que me di cuenta que si no se tiene un control de tiempos, temperaturas y cantidades de los ingredientes, el añil se precipita al fondo, no se disuelve en agua y el color no se queda en la tela. 

En otras culturas la obtención del tinte de añil es un ritual, en la India los hombres que se meten en las grandes tinas de concreto a batir el sedimento del añil, lo hacen al ritmo de un canto. A mí me sorprende que estas personas lleven a cabo el proceso sin maquinaria y utilizando grandes tinas, es una forma de rescatar los métodos tradicionales. 

Existe un poema del siglo XVI escrito en verso que se llama “El puntero”, donde se describe el proceso de la extracción y teñido a partir de la planta añil. El puntero era el personaje que a través de su experiencia indicaba el punto exacto en el que estaba listo el tinte, sin necesidad de pesar los ingredientes o medir la temperatura, porque su buen ojo era parte de una sabiduría ancestral.  

¿Tinte o pigmento?

En la prehistoria ya se utilizaban cuatro colores básicos, que como tal no eran tintes, sino pigmentos naturales. Se trata del blanco, obtenido a partir del yeso; el negro, del humo u hollín; el amarillo que se conseguía al moler unas piedras amarillas; y por último, el rojo, derivado de la tierra de siena, un mineral de color café amarillento.  

Las sustancias colorantes se dividen en orgánicas e inorgánicas. Las orgánicas son las que se obtienen de animales y vegetales, y su principal característica es que son solubles en agua, por lo que se incorporan en las fibras a través de un proceso químico natural y son llamadas tintes.

Las inorgánicas, se llaman pigmentos, son de origen mineral y no son solubles en agua, por lo tanto no se pueden aplicar de forma directa, sino que es necesario mezclarlo con un aceite. Una excepción es la planta del añil de cuyas hojas se extrae el pigmento mediante fermentación y sedimentación, que con ayuda de otros procesos se puede disolver en agua y utilizarse como tinte. 

En el proceso del teñido existen otros materiales que son importantes como los mordentes y las fibras. En el caso de las fibras se incluyen el henequén que se extrae del maguey; el algodón, que es una fibra suave y  se obtiene de un fruto, y la lana, que  se consigue del pelo de algunos animales. 

Los mordentes fijan, intensifican o cambian el color del tinte, estos fijadores incluyen desde sustancias químicas como los sulfatos hasta sustancias naturales como los orines. En la antigüedad se emplearon mordentes naturales como cal, cenizas, alumbre,  lejía (agua pasada por ceniza) y el nejayote (el agua que queda al cocer el nixtamal). Los mordentes se aplican de tres formas: premordentado, antes de teñir; mordentado durante el proceso de teñido; y posmordentado, al final del teñido.

¡En peligro por picosito!

El mangle, del que se obtiene el color ocre claro y gris está en peligro de extinción; la causa principal es la sobreexplotación y la construcción de complejos en lagunas y en zonas donde habitan estos árboles.

Al caracol púrpura la historia no le pinta muy diferente, hace poco me enteré que se utiliza en cócteles por su sabor picosito, si a esto le agregamos que para teñir las fibras se requieren cientos de caracoles, ya que cada uno genera de uno a tres mililitros de tinte, es evidente que se encuentra en peligro de desaparecer. 

Los antiguos mexicanos acudían a las costas una vez al año durante Luna Llena, a retirar de las rocas húmedas a este animalito de 7.5 centímetros, que al soplarle,  secretaba una tinta, y cambiaba lentamente del amarillo al verde y finalmente al púrpura. En el lugar se mojaban  madejas de diferentes materiales con las que luego tejían sus prendas. Una vez que se obtenía el tinte se dejaba reposar al caracol y después de un mes se volvía a ordeñar, ya que es el tiempo de regeneración de la tinta.  Actualmente ya no se sigue el ritual de recolección del caracol púrpura y en vez de dejarlo descansar lejos de la luz del sol y en lugares húmedos, se le mata para obtener su tinta. 

Existen diferentes especies del caracol púrpura y los podemos encontrar en las costas del Pacífico en México, Guatemala, El Salvador y Costa Rica, su importancia se remonta a la época de Roma en la que teñían la cinta de los dignatarios, bordada en la orilla del vestido y daba un sentido de estatus. Un ejemplo de su sobreexplotación sucedió entre 1980 y 1985 cuando una compañía japonesa mandó a teñir madejas de seda a destajo lo que provocó una reducción en la población de caracoles. 

Desde finales del siglo XVI hasta principios del XIX los tintes que se obtienen de cochinilla, añil y palo campeche se cultivaron, explotaron y exportaron en cantidades importantes, lo que constituyó una fuente de ingresos para México. Sin embargo, por diversas circunstancias políticas, económicas y sociales, fueron reemplazados por tintes químicos y, en consecuencia, decayeron el cultivo, la exportación y  la utilización de los tintes naturales.

El tema de los tintes naturales ha resurgido, se imparten cursos y se organizan congresos internacionales, por lo que el cultivo y la no sobreexplotación de las plantas y animales  tintóreos son prácticas que deben renacer, enfatizó Leticia Arroyo. 

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