22-05-2013
Por María Luisa Santillán, DGDC-UNAM
Los estudios de género, por lo general, se han enfocado en conocer las condiciones de vida de las mujeres, pero en fechas recientes también se han dirigido para identificar qué pasa con los hombres en su vida emocional, la paternidad, su participación en la salud reproductiva o en el hogar, así como con la figura de proveedor que históricamente han tenido.
Cada uno de estos planteamientos ha surgido a partir de diversos cambios culturales, demográficos, en materia de salud, empleo y educación que hemos vivido como sociedad.
A partir de ellos se ha empezado a estudiar cómo viven los hombres sus relaciones personales y cómo se ha ido construyendo el concepto de masculinidad, el cual está relacionado con las conductas y funciones que culturalmente se le han asignado al hombre.
Benno de Keijzer, investigador del Instituto de Salud Pública de la Universidad Veracruzana, explicó durante la ponencia Masculinidades y el proceso de salud, enfermedad y atención, que se llevó a cabo en la Facultad de Medicina de la UNAM, que anteriormente solo a través de la biología se pretendía explicar las funciones de los hombres y las mujeres, sin embargo, desde la década de los 60 se le ha dado un mayor peso al género para entender la forma como aprendemos a vivir y a relacionarnos.
Dijo que mirar las relaciones sociales desde la biología tiene una serie de consecuencias, siendo una de las más importantes que se validan las desigualdades entre hombres y mujeres, además de que se toman como naturales procesos que tienen que ver con lo social y que perpetúan relaciones de poder.
De tal forma, que a partir de estos conceptos, se pensaba que era natural que los hombres fueran más violentos, tuvieran mayores problemas de alcoholismo o de infidelidad, restringieran sus emociones, estereotiparan su conducta sexual y se establecieran roles que culturalmente sólo ellos podían tener a diferencia de las mujeres.
Con base en estos estereotipos, dijo, el hombre termina convirtiéndose en un factor de riesgo para la mujer, lo que conlleva a distintas formas de violencia, embarazos no deseados e infecciones de transmisión sexual.
La masculinidad no sólo ha marcado la conducta social de los hombres, sino que ha sido determinante de su salud, lo cual se ve reflejado en su manera de vivir un proceso de enfermedad, así como en el promedio de vida actual que tienen, el cual en las mujeres es de alrededor de 78 años y en los varones de 73.
El investigador, quien es miembro del grupo asesor en Género y Salud de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), explicó que en la última década se presentó una sobremortalidad masculina en México, que indica que mueren 128 hombres por cada 100 mujeres y en el grupo de 15 a 19 años esta brecha es mayor, pues fallecen 3 hombres por cada mujer, siendo las principales causas de mortalidad los accidentes, homicidios y suicidios.
Estos factores están ligados con distintos elementos relacionados con la masculinidad, como el que desde pequeños se les limita el auto cuidado y el hetero cuidado, situación que se refleja en su salud; se les educa que la tristeza, el miedo y la ternura son propios de la mujer, por lo que crecen sabiendo que cuentan con un elemento superior por ser varones; además de que aprenden que su rol social consiste en ser proveedores y, por tanto, aspectos como la anticoncepción y la salud reproductiva están feminizados a partir del hecho biológico.
Señaló que por más que la Constitución mexicana hable de igualdad entre hombres y mujeres, los componentes prácticos que están en los refranes y en la cultura, son elementos que tienen un peso muy grande en la masculinidad.
Asimismo, agregó que los hombres se encuentran en una encrucijada entre la persistencia y la resistencia al cambio articulada por el habitus, una de las características más importantes para entender por qué es tan difícil el cambio en los seres humanos.
Por último, explicó que en la actualidad existe una transición, aunque lenta, para entender cómo se relacionan los hombres con su familia, su salud, sus amigos y su trabajo, y propone estudiar estos cambios de manera conjunta con los que desde hace décadas se están dando en las mujeres:
“Lo ideal sería no tener un programa del hombre que compita con el de la mujer, sino un programa de género que mire las problemáticas, la violencia, el VIH y la anticoncepción desde una mirada relacional, porque nos permite trabajar específicamente con cada género, pero con la sensibilidad de no crear nuevos desbalances”, concluyó.
Masculinidad
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