20-03-2020
Por Guillermo Cárdenas, Ciencia UNAM-DGDC
La industria turística contribuye al desarrollo económico del país, al generar divisas y crear infraestructura y fuentes de empleo; sin embargo, algunos de los complejos turísticos proyectados en años recientes muestran grandes deficiencias que significan una amenaza a los ecosistemas y áreas naturales protegidas.
Los ejemplos en la historia reciente de México abundan: Cabo Pulmo y Cabo Cortés, en Baja California; Marismas Nacionales, en Nayarit; Dragon Mart (Puerto Morelos) y la isla de Holbox, ambos en Quintana Roo. Todos estos proyectos turísticos han tenido que suspenderse debido a la presión de expertos y grupos ecologistas que advirtieron sobre los riesgos ambientales que implicaba su conclusión.
En el caso de Holbox, el consorcio Peninsula Maya Developments propuso en 2012 crear un complejo turístico de 980 hectáreas en la isla, localizada en las aguas del Mar Caribe, al noreste de Yucatán. Defensores del medio ambiente alegaron que esas obras afectarían la flora y fauna de la zona, comprendida dentro de la reserva natural de Yum Balam.
Inicialmente existía incertidumbre sobre lo que podían hacer los inversionistas, pero la publicación del Plan de Manejo Ambiental de Yum Balam por parte de las autoridades en 2018 frenó la posibilidad de realizar obra pública o privada en la zona de La Ensenada, donde se establecería el complejo hotelero.
No es de extrañar que se proyecten estos grandes complejos en un país como el nuestro, considerado uno de los cinco con mayor biodiversidad en el mundo y donde la abundancia de recursos naturales y de todo tipo de ecosistemas -desde manglares hasta desiertos, bosques y pastizales atraen el interés de muchas empresas que buscan capitalizarlos.
El problema radica, a decir de algunos expertos, en el modelo de desarrollo en el que están sustentados, que tiende a privilegiar las necesidades de los mercados o los intereses políticos de corto plazo sin tomar en cuenta la compleja interrelación de los ecosistemas y los servicios ambientales que nos proporcionan.
A esta visión del entorno natural como algo ajeno al ser humano han contribuido varios factores, según explica el investigador Luis Zambrano González, del Instituto de Biología de la UNAM. En primer lugar hay aspectos históricos, como pensar que podemos dominar a la naturaleza, a pesar de que el cambio climático nos ha demostrado todo lo contrario.
También contribuye a esta visión antropocentrista el modelo de desarrollo, que pone a la derrama económica como prioridad absoluta, así como la vocación de muchos gobernantes y líderes políticos por construir grandes obras que “dejen huella”, que den testimonio de sus logros, aunque esto afecte al medio ambiente.
“Necesitamos planes de desarrollo particulares para cada sitio, así como distintos estudios para cada región del país (donde se pretenda establecer un mega proyecto), sin colocar primero a la economía, pues cada pueblo, cada cultura y cada práctica socioeconómica es diferente”, comenta el experto en restauración ecológica y manejo de ecosistemas.
Para que pueda diseñarse un megaproyecto como los mencionados tiene que partirse de la base de homogeneizar prácticas económicas y eso es justamente el problema, apunta Zambrano.
Otra gran amenaza contra los ecosistemas es crear zonas urbanas donde no debería haberlas, como ha sucedido en el poblado de Bacalar, al sur de Quintana Roo, argumenta el especialista.
En ese lugar se encuentra un cuerpo de agua poco profunda (la Laguna de Siete Colores) alrededor de la cual se han asentado pequeñas posadas para atraer a un gran número de turistas.
Esta situación, a decir de Luis Zambrano, ha sido contraproducente, pues ya comienzan a notarse señales de eutrofización, es decir, proliferación de algas debida a la acumulación de residuos orgánicos en sus litorales.
“La gran cantidad de gente que llega y los servicios que se les proporcionan están afectando a la propia naturaleza y los procesos ecosistémicos”.
Los riesgos que presentan estos grandes complejos se derivan de problemas de operación generados a su vez por causas estructurales como deficiencias de planeación, así como falta de control y seguimiento para que los emplazamientos se lleven a cabo dentro de la normatividad prevista.
Así lo señala un documento de análisis del impacto ambiental de los grandes proyectos de desarrollo turístico en México, realizado por expertos del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM.
En dicho análisis los especialistas del IGg subrayan que en la concepción y diseño de los planes de desarrollo turístico se toman como punto de partida estándares internacionales, a los cuales se adecuan los lugares de emplazamiento, cuando el proceso debería ser a la inversa: conocer primero la naturaleza del sitio y después ajustar las normas respectivas.
Los investigadores proponen invertir el esquema actual de desarrollo, que pone al factor económico entre las primeras consideraciones, y en vez de ello ponderar en primer término aspectos geo-ecológicos del sitio destinado a convertirse en un gran centro turístico.
El razonamiento, conforme a este planteamiento, sería muy simple: primero encontrar las cualidades que hacen a un sitio susceptible de explotarlo turísticamente y luego hacer la adecuación del diseño e infraestructura que mejor se adapten a las características del mismo.
Esto conlleva, según los autores, a mantener un estado de funcionalidad en el aprovechamiento de la naturaleza y no, como se hace ahora, ir contra ella.
Luis Zambrano coincide con esta idea y recuerda que -como lo plasma en su más reciente libro, titulado Planeta (in) sostenible- es necesario cambiar el modelo de desarrollo y los paradigmas del pensamiento lineal.
Las interacciones en la naturaleza son altamente complejas, de modo que una alteración aparentemente nimia puede tener grandes repercusiones en las especies y ecosistemas, aun en sitios muy lejanos. Pero esto es difícil de apreciar con los paradigmas del pensamiento lineal, basado en las relaciones de causa-efecto.
En contraparte, si adoptamos una visión sistémica de la naturaleza como un todo interrelacionado en el cual no todas las cosas son controlables ni predecibles, será más fácil percatarse de que ni toda nuestra tecnología ni los grandes complejos turísticos significan desarrollo de forma automática.
El investigador del IB comenta que los servicios ambientales que nos proporcionan los ecosistemas, que normalmente la gente no nota, son muy difusos, además de que se manifiestan en largos periodos; por eso los análisis de impacto ambiental tienen que ser muy completos y rigurosos.
No obstante, en el caso de los megaproyectos impulsados desde el gobierno existe una gran contradicción, pues son otras entidades -dependientes del mismo- las encargadas de evaluar su viabilidad e impacto ambiental. En estos casos es muy difícil que haya una valoración objetiva.
“No todo es turismo y el hecho de basar la economía en esta actividad es perturbador. Hay otras cosas que pueden hacerse, pero cada cultura y región debe involucrarse en la discusión y en la toma de decisiones”, advierte Zambrano González.
- En su más reciente libro, titulado Planeta (in) sostenible, de Editorial Océano, el investigador Luis Zambrano González, del Instituto de Biología de la UNAM, recuerda que el ser humano, como los demás seres vivos, es parte integral de la naturaleza y a pesar del desarrollo tecnológico, está lejos de predecirla y controlarla, como lo demuestra el fenómeno del cambio climático.
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