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¡Activa tus músculos!

Estas estructuras pueden regresar a su estado original después de contraerse.

10-06-2022

Por Marlene Corona*, Ciencia UNAM-DGDC


¿Alguna vez te has preguntado cómo nuestro cuerpo es capaz de hacer algo tan cotidiano como caminar, correr o mantener cierta postura? Todo es gracias al sistema músculo-esquelético, el cual está conformado por huesos, articulaciones y músculos.

El ser humano cuenta con más de 650 músculos, los cuales constituyen la mitad del peso corporal de una persona y se encuentran divididos en tres grupos principales de acuerdo a su funcionamiento: esqueléticos, lisos y cardíacos.

Los músculos esqueléticos brindan movimiento al cuerpo por medio de un estímulo nervioso que ocurre de manera voluntaria. A través de sus propiedades de excitabilidad, contractibilidad, elasticidad, entre otras, es posible tener fuerza y movilidad.

Cuando una persona lanza una pelota utiliza los músculos voluntarios, aquellos que pueden ser controlados.

Mientras que los músculos lisos, los encontramos en diversos órganos como el intestino, los bronquios, los vasos sanguíneos, el útero y la vejiga. Su principal función al interior del intestino radica en descomponer y transportar los alimentos.

Finalmente, los músculos cardíacos son los que constituyen al corazón. Ambos actúan de forma autónoma, es decir, no dependen de un estímulo para realizar cierta acción, por ello no se pueden controlar.



Células que permiten el movimiento

Los músculos son estructuras que forman parte del cuerpo humano; se encuentran conectados a los huesos por medio de tendones y tienen como células principales a las fibras musculares para brindar sentido y función al organismo.

Existen dos tipos de fibras: las tipo I, rojas o lentas, y las fibras tipo II, blancas o rápidas, que utilizan un sistema de predominio anaeróbico. 

Las primeras poseen la característica de fatigarse poco y se encargan de movimientos de larga duración como caminar por mucho tiempo. 

Mientras que las segundas permiten realizar movimientos explosivos en un período corto, como correr pequeñas distancias a gran velocidad, comentó Ana Contreras Barocio, médica residente de la especialidad de Medicina de la Actividad Física y Deportiva de la Dirección de Medicina del Deporte adscrita a la Dirección General del Deporte Universitario (DGDU) de la UNAM.


  • Los seres humanos poseen dos dos tipos de fibras musculares, sin embargo, pueden desarrollar una más que otra debido al ejercicio físico que lleven a cabo, ya sea aeróbico o de fuerza.


El ejercicio aeróbico utiliza predominantemente un sistema de energía que requiere de oxígeno para transportar diversos elementos a la célula. Ejemplo de ello son actividades como correr, nadar, andar en bicicleta, entre otras.

Mientras que el ejercicio de fuerza está enfocado en trabajar la parte muscular; y hace uso de diversos aditamentos como ligas, bandas, balones medicinales o aparatos que se encuentran en el gimnasio.

“El músculo tiene funciones metabólicas que están relacionadas con las hormonas y las glándulas del cuerpo. En los últimos años se le ha dado importancia, porque ayuda a regular factores como la presión arterial y los niveles de glucosa”.

Lo ideal es combinar ambos ejercicios para mejorar la salud.

¿Por qué es posible movernos?

Para mover alguna extremidad del cuerpo, inicialmente el cerebro envía un impulso nervioso a través de las neuronas y neurotransmisores (como la acetilcolina); posteriormente éste llega a las fibras musculares y se inicia el potencial de acción muscular para que el tejido pueda contraerse (acortarse).

Dicho potencial se genera porque “de manera natural nuestras células tienen una carga negativa en su interior y una positiva en la parte de afuera.

Cuando llega el impulso nervioso a las fibras musculares, las cargas cambian, se vuelve positivo dentro y negativo afuera, y ocurre una apertura de canales de calcio (Ca), sodio (Na) y potasio (K).

De tal forma que el impulso comienza a viajar a lo largo de la célula muscular y el calcio, principalmente, se difunde al interior para permitir un cambio en la conformación de diversas proteínas que finalmente dan lugar a la contracción muscular”, comenta la especialista.

Es así que cuando el músculo se contrae, transmite tensión a los huesos mediante una o más articulaciones y se produce el movimiento. Finalmente, las fibras pueden volver a su tamaño original por medio de la relajación.




¿Por qué ocurren los calambres?

Cuando ocurre una contracción prolongada que impide a las fibras musculares relajarse, aparece el calambre. Existen múltiples factores que lo ocasionan como la falta de acondicionamiento físico, cambios en los electrolitos (sodio, calcio, potasio, etc.) o por deshidratación. Y ocurren con frecuencia en la pantorrilla, los muslos y los pies.

Por otro lado, cuando una persona realiza actividad física intensa a la que no está acostumbrada, se produce el dolor osteomuscular de aparición tardía o DOMS. Comúnmente ocurre horas después debido al ejercicio no habitual, mal coordinado, o de carácter intenso.

“Cuando el músculo estira demasiado o se le exige mucho, este se acorta, y así se queda. Es una forma de autoprotección”.

Beneficios del ejercicio

Las personas que realizan ejercicio físico obtienen diversos beneficios, uno de ellos es el fortalecimiento de músculos y huesos. Esta situación ayuda a prevenir enfermedades como la osteoporosis y posibles lesiones en codos, hombros o muñecas.

Por el contrario, quienes llevan una vida sedentaria son más propensos a padecer ciertos problemas, ya que los músculos y ligamentos se vuelven débiles y lentos al reaccionar. La inactividad física genera pérdida de coordinación y potencia muscular, situación que puede desencadenar la atrofia.

Es necesario diferenciar dos términos: sedentario e inactivo. “Alguien sedentario es una persona que pasa sentada, reclinada o acostada buena parte del día y no gasta más allá de 1.5 METS (equivalentes metabólicos). Mientras que alguien inactivo es quien no cumple con las metas mínimas de actividad física recomendadas para su sexo y edad”.

¿Y tú en qué categoría estás?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda realizar 150 minutos de actividad física moderada o 75 minutos de actividad vigorosa a la semana.


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