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Coronavirus. Ignaz Semmelweis y la costumbre de lavarse las manos

Una práctica vital

23-04-2020

Por Clementina Equihua Z, Instituto de Ecología-UNAM

Quizá no hay hábito que más impulsemos en la crianza de los niños que lavarse las manos. Este hábito hoy tan arraigado en nuestra cultura, y ahora tan indispensable para la prevención y control de la pandemia COVID-19, no es tan viejo como nuestra especie.

Durante siglos millones de humanos murieron por diversas enfermedades que muy probablemente llegaron a nuestro organismo por malos hábitos de higiene. No fue hasta la década de 1840 que Ignaz Semmelweis, médico obstetra del Hospital General de Viena, observó que, comparativamente, más mujeres morían en un área del hospital atendida por estudiantes de medicina que en otra atendida por parteras o, incluso, que si parían en la calle.

Semmelweis notó que las mujeres que estaban por parir sabían de esta diferencia porque, si tenían opción, se resistían y luchaban con todas sus fuerzas por no llegar a la zona del hospital cuidada por los estudiantes de medicina.

El personal médico pensaba que quizá las mujeres se resistían a ir con ellos porque les daba angustia escuchar la campanilla del sacerdote que llegaba a dar los sacramentos a las moribundas, o quizá porque les daba pena que fueran revisadas por hombres o incluso porque había mala ventilación. 

Sin embargo, no era difícil imaginarse el fétido ambiente de los hospitales de la época: aserrín en el suelo para atrapar sangre y otros los líquidos que cayeran en el, médicos con ropa salpicada de sangre y ve tu a saber qué cosas más.

La materia putrefacta

Semmelweis era un gran observador y muy metódico. Viendo la diferencia en ambas clínicas primero notó que en la sala atendida por estudiantes la mortalidad era del 96% y que en la sala atendida por parteras la mortalidad subía cuando iban los estudiantes. Pensó que los estudiantes transportarían alguna “materia putrefacta”, en la época se le llamaba miasma, entre los médicos y las parturientas.

 Semmelweis decide experimentar haciendo que los estudiantes, antes de examinar a una parturienta, se laven las manos en una solución de cloruro cálcico y la mortalidad baja a 12%. Cuando decide que no sólo los estudiantes se laven las manos con el cloruro de calcio, sino cualquiera que revise a las embarazadas, la mortalidad no llega al 1%. Pero sus colegas opinan que es insultante que un médico húngaro, les venga a insinuar que no hay higiene en sus prácticas y lo despiden.

Ignaz Semmelweis se muda a Budapest, su ciudad natal. Pero, por falta de tacto para promover sus medidas de higiene, su frustración crece y se vuelve irritable y agresivo. Un día sus colegas médicos lo llevan con engaños a un hospital siquiátrico. Forcejea defendiéndose y probablemente se provoca una herida. Días después muere por una infección, exactamente igual a la de las parturientas atendidas sin higiene. Apenas tenía 47 años.

Una práctica vital

La “materia putrefacta” o miasma a la que se refería Semmelweis eran microorganismos, que años después Luis Pasteur identificó como estreptococos, un grupo de bacterias causantes de muchas infecciones.

Con el paso del tiempo, la práctica de lavarse las manos se ha asentado en nuestra cultura como una medida higiénica fundamental para las actividades médicas y para nuestra vida cotidiana. Ahora sabemos que es la mejor manera de prevenir enfermedades gastrointestinales, respiratorias y la hoy famosa Covid-19. Es una práctica que le enseñamos a nuestros hijos tan pronto como podemos.

  • Google reconoció, el 20 de marzo con un doodle, el papel de Ignaz Semmelweis como el promotor del lavado de manos.

Aunque sea una práctica tan común, lavarse las manos bien es un reto. Ante el brote de coronavirus, la primera recomendación generalizada es lavarse las manos frecuentemente con agua y jabón y después usar gel antibacterial.

Sabemos que es indispensable lavarnos las manos después de ir al baño y antes de preparar alimentos, pero los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos recomiendan además hacerlo después de sonarse, estornudar o toser, al regresar de la calle, después de jugar con las mascotas.


Lavarse las manos implica la acción conjunta del agua, del jabón y de la fricción. Al frotar las manos húmedas y enjabonadas se levanta la grasa, las células muertas, suciedad y microorganismos.

No basta con simplemente frotar las palmas de las manos, también hay que frotar el dorso, entre los dedos, el dedo gordo y las puntas de los dedos, en las uñas. Es particularmente importante la puntas de los dedos porque se acumula mucha suciedad entre las uñas. Al enjuagar con agua corriente uno se asegura de eliminar todo lo que se separó durante el proceso.

El lavado de manos debe durar unos 30 o 40 segundos, dependiendo de la cantidad de suciedad. Es indispensable secar las manos con una toalla limpia o al aire, así se asegura la efectividad de todo el proceso.

Si no hay condiciones para lavarse las manos, los geles antibacterianos son el mejor sustituto, sólo hay que cuidar utilizarlo de la misma manera que se lavan las manos: distribuirlo cuidadosamente en ambos lados, entre los dedos y en las uñas.

Las toallitas húmedas sin alcohol no sustituyen ni el lavado de manos ni el gel antibacterial.

Ante la crisis sanitaria que estamos viviendo no está demás recordar el valor de pioneros como Semmelvais y el personal de salud que trabajan incansablemente por nuestro bienestar.


Otros materiales recomendados:

CDC. S.f. Muéstreme los fundamentos científicos: cómo lavarse las manos. 20 de marzo, 2020.

Gálvez Correa, G. 2001. El pequeño ritual frente al lavabo. Revista ¿Cómo ves? 28: 26-28. 

Google. Recognizing Ignaz Semmelweis and Handwashing. 20 de marzo, 2020.

López, A. 2020. Ignaz Semmelweis, o cómo evitar contagios con tres palabras: lavarse las manos. El País, 21 de marzo.

Miranda C., M. y L. Navarrete T. 2008. Semmelweis y su aporte científico a la medicina: un lavado de manos salva vidas. Revista Chilena de Infectología 25: 54-57.


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