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De vez en cuando le arrancamos secretos a la naturaleza: Ranulfo Romo

“El mayor premio es hacer lo que me gusta”. Ranulfo Romo Trujillo. Foto: Bárbara Castrejón.

25-06-2013

Por María Luisa Santillán, DGDC-UNAM



Desde que se adentró por primera vez al mundo de la ciencia, hace 40 años, el doctor Ranulfo Romo supo que con disciplina y consistencia podría desentrañar algunos de los secretos que más llamaban su atención de la naturaleza.

Reconocido a nivel mundial por sus aportaciones al entendimiento del cerebro humano, el trabajo que ha realizado en su laboratorio hoy es parte de los libros de texto de neurociencias y se les enseña a estudiantes en todo el mundo.

Conocer sobre la vida del doctor Ranulfo Romo Trujillo es saber que nació en Ures, Sonora; es estar enterado que junto a su ingreso a la Facultad de Medicina de la UNAM también iniciaría una vida dedicada a la investigación de las neurociencias, y que hizo su doctorado en Francia de la mano del doctor Jacques Glowinski y trabajó en Friburgo, Suiza, con el doctor Wolfram Schultz.

Adentrarse en su historia es saber que para 1987 llegó a la Universidad de Johns Hopkins, en donde trabajó con el doctor Vernon Mountcastle,  y que finalmente regresó a México en 1989, como investigador del Instituto de Fisiología Celular, lugar donde labora desde aquel entonces.

En su pensamiento siempre estuvo regresar a su país, pues estaba convencido de que podía hacer investigación en México al mismo nivel como se hacía en otros sitios del mundo. En su discurso de ingreso al Colegio Nacional comentó: “es cierto que la ciencia es internacional, pero también hay que recordar que la hacen los hombres y estos pertenecen a una cultura local a la que se le debe mucho, que merece y necesita del esfuerzo y la inversión que depositó en ellos”.

Su mayor premio

Las investigaciones del doctor Romo han tenido resultados fundamentales para entender aspectos de la percepción, la toma de decisiones y la memoria, mismos que le han valido distintos reconocimientos como el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el Premio UNAM, su ingreso al Colegio Nacional (en 2011) y a la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos. Además, recientemente fue electo miembro extranjero de la Academia Americana de Artes y Ciencias.

Este último reconocimiento, que consideró una distinción inesperada, le fue otorgado por sus aportaciones a las Neurociencias. Cabe destacar que solo cuatro científicos mexicanos pertenecen a esta Academia, la cual tiene entre sus miembros a ganadores del Premio Nobel y del Premio Pulitzer.

Sin embargo, para Ranulfo Romo el trabajo diario en el laboratorio, así como arrancarle algunos secretos a la naturaleza, son el mayor reconocimiento a su labor. “A través de mi trabajo trato de ser una persona digna; trato de ser consistente conmigo mismo, de ser muy disciplinado en el sentido de que tengo esta posibilidad única de hacer lo que me gusta y lo hago. Ése es un premio verdaderamente inmenso”.

El cerebro toma decisiones

El trabajo del doctor Romo y sus colaboradores tiene una gran repercusión en las Neurociencias, ya que han ayudado a entender nuestra función cognitiva y los circuitos cerebrales que la sustentan. Una de sus líneas de investigación ha permitido conocer en qué forma se guarda la información en la memoria.

Además, el laboratorio creado por el doctor Romo y fundado hace 25 años en el Instituto de Fisiología tiene el crédito a nivel mundial de haber descubierto en qué forma la información sensorial se transforma en percepción y la descripción de los circuitos cerebrales que permiten tomar decisiones.

“He montado un Laboratorio de Neurofisiología, en donde hemos establecido una línea de investigación sobre cómo el cerebro procesa información, cómo esta información se transforma en percepción, en memoria y cómo da pie a nuestras decisiones voluntarias basada en la evaluación de información sensorial. Entonces, el laboratorio es reconocido a nivel mundial por este tipo de trabajo”, puntualizó.

Una vida monástica

En la vida del doctor Ranulfo Romo su familia ha formado parte fundamental de su trayectoria como investigador. Lo fue cuando decidió ir a Francia a estudiar su doctorado, cuando vivió en Suiza durante dos años y cuando se trasladó a Estados Unidos.

Los años trabajados al lado de destacados neurocientíficos dejaron una huella en la vida del doctor Romo, quien considera que, además de participar en la vida científica de estos hombres, conoció y aprendió de ellos no sólo sobre la consistencia y el trabajo arduo en un laboratorio, sino sobre cómo ser paciente en la vida y no frustrarse cuando las cosas no salen como uno espera.

En su opinión, un científico debe ser imaginativo, arriesgado, paciente, aprender a vencer la frustración y un poco autista para analizar los experimentos y escribir los resultados:

“A mí me encanta disecar cuáles son los problemas: una vez que tengo entendido el problema no importa cuál sea, científico, personal o económico, ya sé cómo proceder y trato de solucionarlo. Ahí me vuelvo muy pragmático y eso me ha ayudado mucho en mi trabajo de investigación y en la vida también”.

Este científico mexicano que ha contribuido a la ciencia en todo el mundo, dice que tiene una vida muy monástica que le permite estar pendiente de su familia todos los días. “Tengo un par de nietos que son mi adoración y trato de pasar por lo menos un par de días con ellos”, dijo.

“Soy consistente con mi trabajo, mi familia y mis amigos, soy muy disciplinado tanto para el trabajo como para la vida familiar. Difícilmente cambio de parecer, más bien hago ajustes en mis relaciones o en la forma de proceder de mi trabajo. Del hombre que era hace cuarenta años debe haber mucho, pero obvio que he cambiado; lo esencial, quizá no, pero sí tengo más conocimiento, soy más prudente; también sé cuándo proceder, cuándo quedarme callado, cuándo hacer las cosas y eso es algo que sólo se logra con el tiempo”.

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